El eslogan electoral del Frente Amplio suena hoy en día algo irónico: “que no se detenga”, decían los anuncios publicitarios, pero ahora el PIT-CNT advierte que “lo que se estanca, retrocede”. En otras palabras, no sólo se detuvo sino que va marcha atrás.
El impasse del gobierno es notorio. El Frente Amplio sólo atina a defenderlo argumentando que si volvieran blancos y colorados… el retroceso sería mayor. Mientras tanto, es el propio FA el que vota la Rendición de Cuentas que mantiene el pago de la deuda externa y posterga las necesidades de la educación y la salud pública. Para reducir el déficit fiscal, lograron la aprobación de nuevos impuestos con la ayuda de Eduardo Rubio (Unidad Popular) y la posibilidad de postergar el cumplimiento de sentencias judiciales con la ayuda del colorado Fernando Amado. La Cámara de Industrias se ha lanzado a una campaña para “que no se detenga” el gobierno e imite al gobierno de Brasil en una reforma que arrase con los derechos laborales. De un lado, los empresarios le exigen más mano dura con los sindicatos, del otro lado el PIT-CNT se queja por la adicción a los “servicios esenciales” y porque la rendición de cuentas no fue negociada con los trabajadores.
La crisis política instalada en torno al vicepresidente Sendic es apenas un síntoma de este proceso de descomposición del Frente Amplio, que está paralizado y recorrido por luchas intestinas. Cualquiera sea el resultado del Plenario del próximo sábado, es evidente que la dimensión que tomó el escándalo en torno a las tarjetas corporativas de Ancap obedece a las disputas internas del propio Frente Amplio, más que a la acción de la “oposición” de derecha. El “Plan Atlanta” lo tienen adentro.
Como ya escribimos en números anteriores de Tribuna, la caída en picada de Sendic cuestiona a todo el Frente Amplio y en particular al mujiquismo. Mujica -pero también Tabaré- habían elegido a Sendic como sucesor y relevo de cara a las próximas elecciones. El vicepresidente había contado durante su gestión en Ancap con un gigantesco presupuesto, virtualmente una caja paralela, financiada con el crédito petrolero del chavismo, mediante la cual podía impulsar inversiones mixtas o públicas (bajo el derecho privado) gozando de una total libertad y con escasos controles. La lista 711 -junto al Partido Comunista- tenían el virtual monopolio dentro del Directorio de ANCAP, lo cual generaba la ira (y probablemente la envidia) del astorismo, que pretendía controlar esa caja. El inmenso agujero en Ancap es un fracaso del mujiquismo de conjunto (la 711 y el PCU eran apenas piezas secundarias en el bloque dirigido por el ex presidente “más pobre del mundo”). Como en la Petrobras de Lula y la PDVSA de Chávez, en torno a Ancap se realizó una tentativa desarrollista limitada que degeneró en un “capitalismo de amigos”.
El choque del astorismo con el mujiquismo gira en torno al control del déficit fiscal, o mejor dicho en torno a achicar las inversiones públicas para garantizar al capital financiero el pago de la deuda, de forma de “atraer inversores”. Astori es el representante de ese capital financiero para el cual deben mantenerse abultadas reservas internacionales como garantía para los acreedores internacionales. De todas formas, la bancarrota de Ancap así como el despilfarro de la Regasificadora (al servicio del fallido proyecto de Aratirí) se concretaron bajo un gobierno donde Astori era vicepresidente y dirigía el equipo económico.
Todo indica que en ASSE también vamos a una agudización de la crisis del FA, como lo revela la destitución de Toriani (un hombre de la presidenta Susana Muñiz y del PCU). Los capitalistas que lucran con la medicina necesitan apoderarse de un mayor presupuesto para sus negocios, y Vázquez y Basso tomaron partido a favor de los empresarios de la salud. El PCU que ha defendido su gestión en el MSP antes y ahora en ASSE en base a “servicios esenciales” contra los trabajadores que reclaman regularizar tercerizados y aumentar el presupuesto, enfrenta una crisis no sólo por Ancap (Juan Gómez fue uno de los lugartenientes de Sendic) sino ahora por ASSE.
La crisis política no se instaló por la compra de un short o un colchón en forma más o menos irregular, sino porque la crisis capitalista ya no deja margen para gobiernos “policlasistas” (de colaboración de clases). No se puede seguir manteniendo contentos al mismo tiempo a los empresarios y a los sindicatos. Los capitalistas necesitan desplegar una guerra de clases para salvaguardar sus negocios y ganancias. Como le pasó a Dilma Rousseff, si los centroizquierdistas no demuestran con hechos que son ellos el mejor mecanismo para impulsar este ataque en regla al movimiento obrero, serán desplazados.
Los gobiernos de derecha surgidos tras el fracaso del “progresismo” (Macri, Temer, Macron, Trump) son extremadamente precarios, y deben demostrar su capacidad para llevar adelante esa tarea. No se los puede subestimar, porque intentarán hacerse de todos los recursos políticos para llevar adelante el programa que exige el capital, pero que lo logren está por verse en el terreno de la lucha de clases. La propia reforma laboral de Temer debe pasar por la prueba de fuego de la práctica: deberá imponerse fábrica por fábrica, contra la resistencia de los trabajadores. Por otra parte, estos gobiernos están súper endeudados lo que los vuelve extremadamente vulnerables frente a las fugas de capitales y corridas contra la moneda nacional, provocados por la crisis mundial.
Faltando apenas dos años para las próximas elecciones, el Frente Amplio aparece desmoralizado y desorientado, y es poco probable que pueda evitar un escenario de confrontación interna. Astori aún no ha renunciado a su candidatura, frente a lo cual Mujica amenaza con volver a postularse. La posibilidad de un acuerdo en torno a un candidato poco convocante (¿Martínez?) no garantiza el triunfo y mucho menos una capacidad de liderar a un frente político en descomposición. El PS, al cual pertenece el intendente, tiene su propia disputa interna entre astoristas y mujiquistas. Martínez no es un caudillo ni siquiera en su propio partido.
Es necesario instalar un debate en el seno de la izquierda y el movimiento obrero. No estamos ante el fracaso de tal o cual figura, sino ante la bancarrota de la estrategia de “frentes policlasistas” o “amplios” con la burguesía “democrática” o “nacionalista”. Querer abrir una salida a través de críticas parciales o denuncias de corrupción, como hace la Unidad Popular, es una fantasía. El 26M y la UP se colocan en el terreno del “capitalismo nacional”, por eso apoyan los impuestos “proteccionistas” como la tasa consular, por más que saben que es una tontería creer que con ellos se va a desarrollar una “industria nacional”. El seguidismo a los Maduro hoy, como ayer a los Kirchner, no permite que la clase obrera se constituya en dirección de los explotados de América Latina. Sólo un gobierno de trabajadores puede abrir una salida, iniciando un reordenamiento de la economía sobre nuevas bases sociales.
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