La crisis mundial que se inició en julio de 2007 ha abierto, en forma incuestionable, un período de estallidos sociales y políticos. Expresiones de ello son las revoluciones y contrarrevoluciones en Medio Oriente, que ya envuelven a gran parte del mundo; el desarrollo convulsivo del conjunto de América Latina; y, como no podía ser de otro modo, la tendencia disolvente de la zona euro y de la Unión Europea.
Las elecciones de diciembre pasado en España vienen perfectamente al caso. Uno de los países más golpeados por la crisis mundial y por las políticas de rescate bancario, por un lado, y de ataques a los trabajadores, por el otro, ha asistido al desmoronamiento de sus partidos tradicionales. Junto con la agudización de la cuestión nacional, este derrumbe descubre una crisis de conjunto del régimen político, lo cual incluye, por supuesto (o, por sobre todo) a la monarquía. La tendencia a la disolución capitalista, que es el aspecto principal de la crisis mundial, cobra expresión en todos los poros de la sociedad y del Estado. Aunque la prensa del estado español y la internacional abunda por el momento en el relato de las maniobras parlamentarias, las entrelíneas de los analistas dejan ver el temor a un derrumbe político de otra magnitud. En una de sus últimas intervenciones, cada vez más frecuentes, el monarca borbón advirtió que tiene la potestad para movilizar a las fuerzas armadas para hacer frente a una secesión nacional. En períodos de crisis, la especie de que estos personajes ‘reinan pero no gobiernan’ se va por las alcantarillas.
A partir de los resultados electorales de diciembre, la formación de un nuevo gobierno luce improbable. Unas nuevas elecciones agravaría el impasse en lugar de resolverlo. La oposición del Psoe a formar un gobierno con el Partido Popular o a sostener un gobierno del PP por medio de la abstención, es mucho más que un tema de rivalidades partidarias. Como ocurriera en Portugal, un par de meses antes, donde también la derecha obtuvo la mayor cantidad de votos, el ‘socialismo’ ibérico se ve imposibilitado de pactar con el PP debido a la presencia de factores decisivos. En primer lugar, una bancarrota económica que no retrocede, como lo demuestra que las finanzas públicas, que este año enfrenta vencimientos por 400 mil millones de euros, se sostienen por el ‘auxilio’ del Banco Central Europeo. De otro lado, la desocupación persiste en un piso del 24% de la población activa; las comunidades autonómicas bordean la insolvencia; el impago de hipotecas sigue llevando a centenares de miles de familias el desalojo. En segundo lugar, las elecciones reflejaron un viraje hacia la izquierda (al igual que en Portugal) que los sondeos coinciden que se encuentra en ascenso. El giro se expresó en Portugal hacia el Bloco de Esquerda y en España hacia Podemos. El ritmo veloz del crecimiento de una izquierda que no existía con anterioridad, forma parte de la crisis política. Se trata de la expresión política de un enorme descontento popular y en la clase obrera que sufre una pérdida extraordinaria de derechos – en el marco de un reflujo igualmente grande del movimiento obrero.
La crisis, en su aspecto parlamentario, obtuvo un respiro en Portugal, que es bastante instructivo. El Partido Socialista rechazó una coalición con la derecha y obtuvo el apoyo ‘pasivo’ (parlamentario) para formar gobierno propio de parte del Bloco y del Partido Comunista. Para eso el PS tuvo que atravesar una crisis interna importante, que significativamente no llegó a una ruptura. En cuarenta años, desde la Revolución de los Claveles, no se veía un acuerdo PS-PC. El apoyo que le negó a Syriza, el PC de Portugal, siamés del griego, se lo dió al PS. La experiencia portuguesa ofrece dos conclusiones, no solamente la más obvia, que es la completa capitulación de la ‘izquierda’ ante un partido sólidamente anclado con la gran banca. La otra conclusión es que la burguesía se ve obligada a abandonar las coaliciones entre partidos tradicionales y recurrir a la ‘izquierda’ – en los casos del Bloco y de Podemos a la ‘nueva izquierda’. Este frente político es, por supuesto, una expresión de cinismo del conjunto de los socios, pero también un síntoma de que la burguesía no puede seguir gobernando como lo venía haciendo. La plataforma de gobierno de la coalición de hecho entre PS-Bloco-PC ratifica el alineamiento con la UE, la Otan y la Troika. La acción más destacada de este nuevo gobierno ha sido proceder al rescate del Banco Novo con 5 mil millones de euros de dinero público. Es cierto que también se ha comprometido a aumentar mínimamente el mínimo salario mínimo y no proseguir con algunos recortes sociales.
El episodio portugués (por ahora es sólo eso) ha ‘inspirado’ al jefe del Psoe, Pedro Sánchez, que rechaza formar un gobierno con el PP y busca hacerlo con Podemos, el cual ya gobierna con el PS, por ejemplo en Valencia – y también a Podemos, que nunca rechazó, por otra parte, la trapisonda portuguesa (Apoya, por otro lado, la política de privatizaciones y ‘ajuste’ de Syriza en Grecia). Oficialmente, lo que obstaculiza un acuerdo sería la reivindicación de Podemos a favor de un referendo de autodeterminación para Cataluña. Lo que ocurre, en realidad, es que el enorme retroceso electoral del Psoe ha agravado una crisis interna que no está relacionada con Cataluña. Los llamados “barones” del Psoe, incluso allí donde reciben al apoyo ‘pasivo’ de Podemos, como ocurre en Andalucía, acarician la posibilidad de gobernar con el PP pero sin la presencia de Rajoy. La cuestión catalana es usada convenientemente para bloquear una episodio a la portuguesa – como también fue intentado en Portugal. Los sondeos aseguran que en caso de nuevas elecciones Podemos podría superar en votos al Psoe, lo cual convertiría a la crisis de éste en un claro estallido.
Podemos, estrictamente, se encuentra, por su lado, en una situación singular. En varias comunidades ha ido a elecciones en coalición con agrupamientos locales; obtuvo 42 diputados, por sí mismo, y 27 en los frentes. Es un bloque contradictorio, al punto que esos agrupamientos reclaman bancadas autónomas Podemos en el parlamento (como fuera establecido entre Podemos y esos sectores con anterioridad a las elecciones). La contradicción va más lejos, esto porque tanto Podemos como sus aliados reivindican el derecho a la autodeterminación nacional de las comunidades autónomas por medio de un referendo, pero son ambiguos sobre la secesión (sin la cual no ha derecho a la autodeterminación). Podemos defiende una “España unida” – como se encarga de recordarlo todos los días Pablo Iglesias. Entre el planteo de Pedro Sánchez, de convertir a la Constitución en federal, en respuesta a los planteos secesionistas, y el planteo de Podemos, de convocar a una Asamblea Constituyente para redactar una Constitución que incluya el derecho a la autodeterminación (sin precisiones), hay una brecha menos que corta. Es llamativo que no los separe programáticamente la cuestión de la República – lo que supone que Podemos y sus aliados nacionales serían monárquicos, como lo es el Psoe. Parafraseando: ‘No los separan las diferencias sino el espanto’. Un gobierno Psoe-Podemos-coaliciones autónomas podría acabar políticamente con los tres. La crisis política en España llega a un ápice cuando recrudece en forma brutal la crisis financiera internacional – un contratiempo insalvable para coaliciones que afichan pretensiones reactivadoras y reformistas, pero un apriete, contradictoriamente, ante la posibilidad de que emerjan situaciones pre-revolucionarias. Aunque las encuestas prevén un reforzamiento de Podemos en caso de nuevas elecciones en abril, el resultado político para podemos es incierto: por un lado, porque sus coaliciones nacionales podrían avanzar más que Podemos, pero por sobre todo porque una polarización PP-Podemos es lo último que desea la dirección de Podemos.
Entretanto, mientras que el movimiento nacional en Cataluña ha sido afectado por los reveses que han propiciado sus direcciones políticas tradicionales (burguesas y pequeño burguesas), se acrecienta el descontento social en el cual se asienta ese movimiento, como consecuencia de la crisis financiera e industrial. Entre la España monárquica, de un lado, y los movimientos nacionales, del otro, nos colocamos con estos últimos, sin apoyar la posición nacionalista. Sostenemos el derecho a la autodeterminación (incluida la posibilidad de secesión) y el establecimiento de una República plurinacional gobernada por los trabajadores. Nos oponemos a cualquier opción federal en el marco monárquico; es antagónico a los derechos nacionales. La cuestión nacional, en el estado español, se ha convertido, al menos en esta etapa, en una palancal fundamental de la lucha por la República. El involucramiento del ex rey Juan Carlos con las corruptelas de su familia, por un lado, y la conspiración de la fiscalía del estado para imponer la impunidad de su hija, han acentuado la aversión popular por la monarquía. El tema no es un eje de agitación de la llamada ‘izquierda’, la cual, sin embargo, reivindica su progreso como consecuencia de la lucha contra la corrupción. El conjunto de la evolución de la crisis española pone de manifiesto los pies de barro de la tentativa que expresa Podemos.
El espacio político a ganar por parte la izquierda revolucionaria en el estado español, se asienta, en primer lugar, en la explotación política de todas estas contradicciones mediante la propaganda y la agitación y, en segundo lugar, en la prosecución de un incansable trabajo militante en las grandes industrias y en la juventud.
Dirigente histórico del Partido Obrero (Argentina)