Las elecciones fueron definidas como “irrelevantes” por un banquero (ver editorial), sin embargo es necesario intervenir en ellas para impulsar un reagrupamiento de izquierda, en oposición a los distintos candidatos y partidos que defienden los intereses del gran capital. Abstenerse de esta intervención implica dejar a la población trabajadora en manos de las distintas variantes políticas que se disputan la gestión del Estado burgués y semi-colonial. Por el contrario, intervenir en las elecciones permite no solamente denunciar a esos partidos sino además agitar un programa ante la vanguardia obrera y popular e incluso ante amplios sectores de las masas.
Las elecciones se realizan en un período de bancarrota capitalista internacional, e incluso de guerra, no se plantean en un período de crecimiento pacífico ni de relativa estabilidad. Esto debe ser planteado con claridad, por ello las perspectivas no son de pequeños avances y reformas parciales progresivas, sino de ataque a los derechos de los trabajadores -como se puede apreciar en la región y en el plano nacional. Las tendencias del capital son a una vuelta de tuerca en las condiciones de explotación de la clase obrera, para mantener sus ganancias y financiar sus guerras. No es casual que el Frente Amplio no haga prácticamente ninguna promesa de reforma o cambio progresivo, sus dirigentes dicen que no pueden hacer casi nada por la situación económica y atacan el plebiscito con los argumentos de las AFAP y los capitalistas.
En oposición al FA, una campaña de la izquierda que lucha debe levantar todas las reivindicaciones populares, pero no puede hacer eje en los cambios que se pueden impulsar desde el parlamento. Analicemos esta cuestión brevemente.
En primer lugar, el parlamento en todos los regímenes capitalistas es cada vez más un órgano impotente y poco relevante, los poderes principales se concentran en la presidencia. Esto está especialmente consagrado en la Constitución uruguaya, que desde 1967 (y sus sucesivas reformas no limitaron esto sino que lo profundizaron) estableció un régimen presidencialista. La introducción del balotaje en 1996 reforzó esta tendencia al bonapartismo o el gobierno unipersonal, ya que el presidente debe ser electo con una votación plebiscitaria al menos en segunda vuelta, con lo cual se lo pretendió fortalecer incluso frente a sus eventuales aliados y su bancada parlamentaria. Por otra parte, la Constitución convierte a los parlamentarios prácticamente en floreros ya que no pueden proponer leyes sobre cuestiones de gran importancia: salario mínimo nacional, rebaja de impuestos, materia jubilatoria, entre otros: para que estos temas puedan ser tratados por el parlamento debe existir una iniciativa del Poder Ejecutivo. Si un parlamentario de izquierda quiere proponer subir el salario mínimo, mejorar la forma en que se calculan las jubilaciones, eliminar el IRPF o poner un impuesto a los banqueros, lo tiene prohibido en el propio texto constitucional. Por supuesto que muchos otros temas no están prohibidos formalmente, pero es evidente que la tendencia general del parlamento es la del conjunto de la clase dominante. Salvo en situaciones muy excepcionales o de crisis política se puede generar una brecha en la cual lograr un avance puntual.
En segundo lugar, la intervención en las elecciones debe servir para preparar las luchas futuras. No tiene sentido hacer una campaña electoral que apunte a generar expectativas en grandes debates parlamentarios y votaciones de leyes progresivas, cuando la perspectiva desde el punto de vista económico y político, nacional e internacional, es a una agudización de la lucha de clases, tanto por los ataques de los capitalistas como por las movilizaciones de los explotados. La conquista de una bancada parlamentaria no puede estar centrada en la presentación de proyectos legislativos con escasas -sino nulas- posibilidades de aprobación, sino en la utilización de esa tribuna para denunciar al régimen político de conjunto y para dar impulso a la lucha extra parlamentaria de las masas. Es a través de las huelgas, las ocupaciones, las movilizaciones populares, la huelga general, que se puede obtener las reivindicaciones, y es precisamente a través de esos métodos que la clase trabajadora se va preparando y educando para la lucha por su propio poder político.
En un período de bancarrota capitalista, de guerras, de ataques a las condiciones de vida populares y de grandes respuestas de masas contra los regímenes que las explotan, la intervención electoral y parlamentaria debe estar al servicio de poner de manifiesto esta situación y de preparar la lucha por un gobierno de trabajadores y por el socialismo. ¡Vamos por una bancada obrera y socialista, con la lista 1917!