Los principales diarios brasileños, de tendencias variadas, fueron bastante homogéneos en el balance de los resultados de las elecciones municipales del domingo 15 de noviembre. Todos apuntaron un fortalecimiento del “centro” (o del centro-derecha) político, en relación al derechismo extremo (Bolsonaro) y a la izquierda. Recordemos, para considerar algunas cifras y porcentajes, que los 212 millones de habitantes de Brasil se dividen en 5.570 municipios, con la mayor parte de la población concentrada en algunas grandes ciudades, y una gran cantidad de municipios minúsculos. El dato electoral más importante fue la abstención, que superó nacionalmente el 23%, el mayor índice del último cuarto de siglo, un porcentaje que no es sólo imputable a la pandemia de coronavirus. Si agregamos los votos en blanco y anulados (“nulos”) esas cifras son más impresionantes. En San Pablo, la más grande ciudad y el verdadero centro económico-político del país, los votos sumados de los dos vencedores (en balotaje) poco superaron los 2,82 millones; las abstenciones, anulaciones y votos en blanco totalizaron… 3,66 millones.
Análisis más precisos no dejaron de notar que los partidos (burgueses) históricos del llamado “centro”, el MDB (que conquistó 777 municipios) y el PSDB (que conquistó 519), también sufrieron retrocesos. El Centrão que avanzó electoralmente es un aglomerado de siglas (PP, PSD, PL, PSC) semi desconocidas, varias de reciente creación, en general meros escritorios de negocios electorales. En Brasil hay 35 partidos políticos con legalidad electoral, de los cuales 32 presentaron candidatos. Buena parte son “siglas de alquiler”, usadas por testaferros del llamado “crimen organizado” (y del “desorganizado” también). Las muertes de candidatos (a intendente o a consejero municipal, vereador) superaron el centenar, durante la campaña electoral: sólo una pequeña parte fue debida al coronavirus, la mayoría fueron asesinatos, ejecutados contra adversarios por facciones criminales, o “ajustes de cuentas” entre ellas.
En ese cuadro, es también significativo lo apuntado por analistas estadísticos de la Folha de S. Paulo (16/11): “Si las últimas elecciones fueron marcadas por un movimiento hacia la derecha del electorado, las de este año tendieron a un desplazamiento hacia la izquierda”. Lo del bolsonarismo no fue un retroceso, sino un verdadero desastre. Todos los candidatos importantes apoyados explícitamente por Bolsonaro, con presencia del presidente en su propaganda electoral, fueron derrotados, y estamos hablando de decenas. Bolsonaro y sus partidarios, de inmediato, lo atribuyeron a la acción de hackers extranjeros. Su candidato paulista, un animador de televisión, empezó la campaña electoral con encuestas que le atribuían el 30%: en las urnas, mal superó el 10%. En cuanto al PSL, vehículo de Bolsonaro para llegar a la presidencia en 2018, cuando hizo elegir “al presidente, tres gobernadores, 52 diputados federales y 76 diputados estaduales [provinciales], naufragó [en 2020) en las principales ciudades del país” (O Estado de S. Paulo, 16/11). Aunque de alcance naturalmente limitado, las elecciones municipales demostraron que el de Bolsonaro es un gobierno a la deriva.
El “desplazamiento hacia la izquierda” no fue capitalizado por el PT, que se esforzó bastante para recuperarse después de haber perdido casi 400 intendentes en 2016, en la onda del golpe que derribó a su presidente Dilma Rousseff. El PT presentó 1.234 candidatos a intendente, 27% más que en 2016. Conquistó 178 intendencias, un número significativo, pero irrisorio cuando comparado a las 638 que conquistara en 2012, y un retroceso también en relación a las 260 de 2016 (que ya eran el producto de un desastre político). Su fracaso más marcado fue en San Pablo, gobernada tres veces por el PT, donde su candidato, Jilmar Tatto, mal superó 8% de los votos, abriendo una crisis, con sectores de la “izquierda” del PT acusando a Lula de haber traicionado la candidatura de su propio partido (de modo bastante explícito, dígase). La candidatura más simbólica y electoralmente optimista apoyada por el PT, la de Manuela D’Ávila (del PCdoB, candidata a vicepresidente de Fernando Haddad, PT, en 2018) a la intendencia de Porto Alegre, inició la campaña electoral con encuestas que la daban vencedora ya en el primer turno: llegó al balotaje en segundo lugar, con amplias chances de derrota para un candidato del MDB.
La gran sensación del “avance de la izquierda” fue la llegada al segundo turno de la elección de San Pablo de Guilherme Boulos, del PSOL, con poco más del 20% de los votos válidos (casi 1,08 millón), contra 1,75 millón (casi 33%) de Bruno Covas, del PSDB. Buena parte del electorado petista se volcó hacia Boulos; la mayoría de los analistas vinculan el fenómeno a la imagen de una izquierda joven (38 años de Boulos, contra 75 de Lula), no manchada por la corrupción. Aunque de alcance limitado, sin embargo, el fenómeno fue nacional: con 17 candidatos a intendente en el segundo turno, el PT y el PSOL avanzaron electoralmente en las 100 mayores ciudades. El PSOL conquistó cuatro intendencias (eran sólo dos en 2016) y 75 concejalías municipales en todo el país, y está en el segundo turno en San Pablo y en Belém do Pará, la más importante ciudad del norte del país, en ésta con chances de victoria (muy débiles en San Pablo). En Río de Janeiro, donde fue asesinada su consejera Marielle Franco, el PSOL conquistó siete concejalías (una más que en 2016), teniendo inclusive el candidato a consejero más votado, superando largamente a Carlos Bolsonaro (hijo del presidente, el más votado en 2016), un desempeño superior al de su dúo para la intendencia, en el que se encontraba un coronel de la Policía Militar como candidato a vice.
O sea, el PSOL intentó progresar “por la derecha”, y acabó progresando por la izquierda. Su buena elección para cargos “proporcionales” (los no ejecutivos, o parlamentarios) en Rio se vinculó a candidaturas vinculadas con movimientos de lucha, no a figurones policiales “humanitarios”. Lo mismo sucedió en San Pablo, donde la imagen de Boulos, no su programa o sinuosa trayectoria política, se vincula a su carácter de principal dirigente nacional del movimiento de los sin techo (MTST), uno de los más activos en Brasil en la última década. Desde luego, Covas ya anticipó que la lucha contra el “radicalismo” será su única estrategia para el segundo turno. Boulos se cansó de explicar que la acción del MTST siempre se limitó a predios y construcciones públicas abandonadas (no hay ninguna “Guernica” en el currículo del MTST, o de Boulos).
Lo apuntado vale más que el programa, que en el caso del PSOL ni siquiera puede ser considerado reformista. En ningún caso, inclusive en aquellos en que se trata de luchadores (especialmente luchadoras, en el caso de las “candidaturas colectivas”), las candidaturas del PSOL se presentaron como clasistas o vinculadas a las luchas obreras. Éstas, que han sido numerosas en el último año y bajo la pandemia (metalúrgicos de San Pablo y Paraná, Correos, trabajadores de la salud, entregadores de aplicativos, etc.) no tuvieron ninguna presencia ni “representación” en la campaña electoral, no fueron mencionadas siquiera una vez en la propaganda electoral de la TV (de la que fueron excluidos el PCB y el único partido declaradamente defensor de la independencia de clase, el PSTU).
El programa de Boulos, más divulgado por internet que por cualquier otro medio (tenía sólo 14 segundos de propaganda electoral gratuita en la TV) se limitó a proponer mejoras en educación, salud, transporte, acceso a la vivienda y medio ambiente, sin proponer cualquier alteración de peso en la estructura tributaria de la ciudad (como sí lo hizo, aunque de modo muy limitado, el PT) lo que deja las mejoras prometidas dependientes de la buena voluntad de los ricos, via “tercer sector”, “responsabilidad social de la empresa” y asemejados. La Cámara de Comercio de San Pablo aplaudió a Boulos en su visita a ella, y varios ricachones declararon su apoyo material a su campaña. Lo de mantener la estructura presupuestaria básicamente igual es particularmente grave en un país que es ejemplo mundial de regresividad impositiva, y en una ciudad que, además de ser un paraíso internacional de la especulación inmobiliaria, posee nada menos que el tercer presupuesto del país (después del nacional y el del estado de San Pablo).
Ni duda cabe que la demonización pública de Boulos por el bolsonarismo triunfante en 2018 permite caracterizar su votación como una manifestación política anti-Bolsonaro. Y, ciertamente, gran parte del caudal electoral de Boulos se debe al desplazamiento de votos del PT. Buena parte se recluta en las periferias más pobres, donde ha habido luchas por la moradia (la votación en Boulos fue significativa en su propio barrio, Campo Limpo), pero su votación más importante fue en barrios de alta clase media, superando el 30% en Perdizes, Bela Vista y Pinheiros. No se trata, de un voto clasista (que el PSOL ni siquiera reivindica) sino de un voto “progresista” dentro de los límites de la “redistribución (limitada y consentida) de riquezas”. La presencia de grupos “trotskistas” dentro del PSOL (o apoyándolo desde afuera, como hace un partido del FIT-U), sin más delimitación política que la crítica pontual (principalmente a las candidaturas más escandalosamente burguesas) revela que esos grupos, a despecho de su “ideología”, han perdido, inclusive con un barniz “anticapitalista” (donde todo cabe) o socialista (“libertario”, claro) toda brújula política de clase.
El PSTU se hundió electoralmente, a pesar de su presencia importante en el movimiento sindical clasista y en algunas luchas obreras significativas. Sus candidaturas en Río y San Pablo superaron los tres mil votos, equivalentes, en San Pablo, al 0,05%. De modo mínimamente significativo, su candidatura en Río, de un sindicalista bancario clasista, duplicó ese porcentaje, llegando al 0,1%. Su ausencia en la propaganda electoral en la TV será seguramente el motivo esgrimido, junto a la dificultad de realizar una campaña en la calle en condiciones de pandemia y cuarentena. Ya vimos, sin embargo, que el tiempo en la TV del PSOL era muy bajo. Campaña electoral se puede hacer en puerta de fábrica o de oficina (que no pararon). Con excepciones, las candidaturas del PSTU cedieron a la onda de las candidaturas “identitarias” (“el partido con el mayor porcentaje de candidaturas femeninas o negras”), puestas en primer plano, un terreno donde los defensores abiertos del identitarismo anticlasista siempre llevan la mejor. Recordemos que el PSTU sufrió, hace un par de años, una escisión que llevó 40% de su militancia al PSOL, donde ahora coexiste alegre y amistosamente con las tendencias anticlasistas.
Para casi todos sus participantes, las elecciones municipales han abierto anticipadamente la campaña electoral (presidencial, estadual y legislativa) del 2022, para la que ya se tejen todo tipo de alianzas (más a la derecha, en el caso de la izquierda). El PSOL ya declaró apoyo, en el segundo turno carioca, a Eduardo Paes, candidato de derecha apoyado por los milicianos, contra el candidato presidencial pentecostal (y bolsonarista) Marcelo Crivella. Para el gran capital, se trata de aprovechar los dos años restantes de un Bolsonaro debilitado, pero con sus aliados parlamentarios fortalecidos, para imponer todo tipo de reformas antiobreras y antinacionales. Para el movimiento de los trabajadores, se trata de aprovechar esa debilidad para organizar la lucha contra ella, en condiciones en que la crisis económica puede llevarla a abrir una situación prerrevolucionaria. En esa lucha, y en el debate abierto por ella, se puede forjar una izquierda clasista capaz, inclusive, de aprovechar revolucionariamente la contienda electoral.
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