Con esta frase, el vicepresidente de España y líder de Podemos, Pablo Iglesias, confirmaba su derrota electoral tanto en Galicia como en el País Vasco. Con una pérdida de más de 200.000 votos, Galicia en Común (una alianza de Podemos junto con Izquierda Unida y Annova) desaparece del Parlamento Gallego. En las anteriores elecciones llegó a colocarse como segunda fuerza política con 14 bancas. En el País Vasco, no le fue mucho mejor: Podemos retrocedió 50% en cantidad de bancas (de 11 diputados a 6). El derrotero de Podemos comenzó en las últimas elecciones generales (2019), en las que obtuvo su peor resultado desde 2015.
El Bloque Nacionalista Gallego (BNG) de Ana Pontón ha capitalizado el voto del espacio que “En Marea” ocupó en 2016. La totalidad de los votos de Podemos pasaron al BNG, que ha encontrado un nuevo espacio en el post 15M (indignados) y canalizó el voto “joven” con referencias al feminismo, el medio ambiente y los problemas de los jóvenes trabajadores, como es el desempleo o la vivienda.
Otro dato político, y no de menor importancia, es que los derechistas de Vox también se quedaron fuera del parlamento gallego, obteniendo apenas un 2 % de los votos, un resultado muy similar al de Euskadi, donde sí consiguieron una banca por no tener “la barrera” del 5 % del voto en su sistema electoral.
Los partidos como Marea Galleguista o Ciudadanos, que pretendían obtener al menos una banca obtuvieron un porcentaje de voto muy bajo (inferior al 1 %). En Galicia se contabiliza un porcentaje de participación del 58%, que proyectado en los residentes fuera de España caería a cerca del 50%. El aumento de la abstención respecto de las elecciones pasadas llego desde el 5% hasta cerca del 8% en Santiago de Compostela.
Galicia en Común se presentaba como el armado político para terminar con el poder del PP en Galicia (que mantuvo sus 41 bancas, 3 más que la necesaria para la mayoría absoluta) y del PNV en el País Vasco. La pretendida unidad entre “socialistas” y nacionalistas a nivel nacional no pudo imponerse ni en Galicia ni en Euskadi. El golpe político contra Podemos, tanto en Galicia como Euskadi, hay que entenderlo en un cuadro nacional. La coalición gobernante (PSOE-Podemos) no ha cumplido ninguna de sus promesas electorales. A principios de año, la pretendida derogación del artículo 52d que suponía la prohibición de despidos, solo se limitó a ampliar la indemnización de 20 días por año a 33 días. Esta farsa fue encabezada por la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, perteneciente al partido de Pablo Iglesias. En España, la industria automotriz y del turismo son las madres de los despidos por miles. En la ciudad de Mariña crecen las movilizaciones desde hace dos meses para evitar el cierre de una fábrica de aluminio (Alcoa) donde trabajan más de 500 trabajadores. La crisis y las reacciones obreras no fueron canalizadas en términos electorales por Podemos.
El “triunfo” del PP gallego (se ha estancado en votos respecto de la anterior elección) se lo podría asociar con la aprobación por una buena parte de los trabajadores a la “administración” de la cuarentena (“milagro gallego”) ya que los 600 muertos que presenta Galicia (250 por millón) está por debajo del promedio de España, que alcanza a casi 1.100 fallecidos por millón. Por su puesto, el “milagro gallego” no se debe a una poderosa inversión estatal en la salud, sino a la naturalidad del aislamiento de sus aldeas (frente a la mayor densidad poblacional que presentan otras ciudades). Por otra parte, el bono de 250 euros ofrecido por el gobierno gallego a los trabajadores de la salud es una miseria.
Los trabajadores han realizado una rápida experiencia con los “anticapitalistas” de la Universidad Complutense, sus maniobras durante las huelgas catalanas por su independencia, colocándose en tándem el Banco Central Europeo y la Unión Europea; y su integración al gobierno nacional no llevaron a esta fuerza política a presentarse como una alternativa de poder junto con los trabajadores, sino todo lo contrario. La conciliación de clases ha vuelto a presentarse como una tragedia para los activistas que la adoptan como estrategia, sin llegar en este caso a tragedias mayores como el Franquismo. En el aniversario del inicio de la Guerra Civil Española, la tarea de la construcción de un Partido Obrero en España y en todo el mundo está más vigente que nunca.