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El estado español, entre el ‘tejerazo’ y la república

Jorge Altamira

Es obvio que Juan Carlos no abdicó por cazar elefantes o por tener una amante alemana. En realidad, asistimos al naufragio del pacto entre el franquismo y los partidos socialista y comunista que alumbró a la llamada ‘transición’ española. Ni siquiera es cierto que la monarquía fuera restaurada como garantía última de ese pacto ‘democrático’. Un libro reciente de Pilar Urbano, una escritora de derechas, establece en forma fehaciente que Juan Carlos conspiró para derribar al primero de los primeros ministros de la ‘transición’, Adolfo Suárez, y alentó de ese modo el golpe conocido como ‘tejerazo’, cuando un teniente coronel mantuvo como rehén, a pura pistola, a todo el Parlamento. El rey volvió sobre sus pasos cuando la acción escapó a los altos mandos y debido a la presión en contrario de las potencias de la Otan. Aprovechó, sin embargo, el empuje del golpe para armar un segundo pacto, el de la Moncloa, que convirtió a la izquierda y a los sindicatos en una rueda del Estado posfranquista.

La descomposición de la familia real, con una hija y un yerno al borde de las rejas, no agota la caracterización de la situación de conjunto del Estado español. Juan Carlos abdica poco antes de que lo haga el jefe del PSOE, Alfredo Rubalcaba, como consecuencia del derrumbe electoral del partido en las parlamentarias europeas; su jefa regional acaba de decir que el PSOE solamente subsiste en Andalucía. En la cuerda floja se encuentra también Rajoy dentro del PP e incluso la dirección de Izquierda Unida. Con el monarca de los safaris se derrumba el sistema político de la ‘transición’. Al lado de este desmoronamiento, se desarrolla un movimiento autonomista poderoso en Cataluña y el País Vasco. Es claro que la separación nacional de estos Estados es incompatible con la monarquía. El próximo rey, Felipe, ya se adelantó a prometer “la unidad de España”. La abstención inevitable del representante catalán en el Parlamento frente a la abdicación provocó, sin embargo, una crisis en el partido de la burguesía catalana, de parte de quienes reivindican apenas una autonomía mayor para Cataluña dentro del Estado español. O sea que el agotamiento del sistema político se extiende al interior de las nacionalidades y autonomías. Obviamente, el test más severo lo representa la descomposición literal de la economía del Estado centralizado, que tiene una desocupación del 24 por ciento bien entrado el octavo año de la crisis mundial y con un inventario enorme de desalojos en poder de los bancos. No deben sorprender, entonces, las incesantes movilizaciones populares por las razones más diversas, incluida la dimisión de todo el régimen político establecido.

En este cuadro, ¿cuáles son las alternativas? Felipe pretenderá fingir que su función es reinar pero no gobernar, pero no hay que olvidar que es el jefe de las fuerzas armadas y por lo tanto de todo el aparato de represión. Recurrirá a la burguesía europea para aplacar los afanes independentistas de Cataluña, pero esta reivindicacón ha penetrado fuerte en la pequeña burguesía y en una parte de los trabajadores, detrás del espejismo de que la separación sería la salida a la crisis capitalista. Por otro lado, la oposición de izquierda que ha emergido en las últimas elecciones es políticamente inconsistente, en especial porque no manifiesta interés en oficiar como instrumento político de la lucha de clases de los trabajadores. Esta limitación ofrece un margen de movimiento a la política tradicional. Pero incluso con estas reservas, la profundidad y la prolongación de la crisis deberán acentuar la lucha popular, en sus diversas formas, y con ello agudizar la crisis política. La renuncia de Juan Carlos ya ha producido un movimiento por la república, bajo la forma de la exigencia a un referendo sobre la organización del Estado. Las encuestas indican una tendencia republicana mayoritaria en la población. La reivindicación de la república traduce la aspiración a una salida popular a la crisis capitalista.

Las alternativas, tomadas en su conjunto, son claras. Si los movimientos nacionales independentistas se fortalecen y la lucha de clases se acentúa, la crisis política resultante pondrá al nuevo rey ante la necesidad de emprender un ‘tejerazo’ con él a la cabeza. La monarquía es el arma de la reacción, no una representación ‘simbólica’. Las masas, por el contrario, avanzarán cada vez más con la reivindicación de la república, de la cual los intelectuales de moda se mofaban hasta hace pocos años. Los revolucionarios somos campeones, desde el comienzo, de la república y el derecho a la separación nacional. En materia de democracia, le ganamos al demócrata más pintado. Pero hacemos un agregado: ni una ni la otra tienen la capacidad de resolver la crisis del capital y de que la paguen los capitalistas. Por eso planteamos una república socialista y la unidad de los explotados de todo el Estado español y de Portugal bajo la forma de una Federación socialista de pueblos ibéricos.

 

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