Sociedad

El entramado detrás de la detención de Schiappacasse

 

La detención de Nicolás Schiappacasse cuando se dirigía al estadio donde se disputaría el segundo clásico de verano entre los dos grandes del futbol uruguayo generó un escándalo que enrareció la previa del partido. Un control policial detectó que tenía en su poder una pistola 9 milímetros con munición. Según los transcendidos de prensa, el arma debía ser entregada a elementos de la barra ya dentro del estadio Domingo Burgueño.

Schiappacasse, recordemos, jugador de 23 años, llegó al club en marzo del año pasado y apenas disputó un puñado de partidos antes de romperse los ligamentos cruzados. Fuera de las canchas desde mayo del 2021 se transformó en un referente de la tribuna, una suerte de jugador-hincha. Visto que su recuperación lo dejaba fuera de todos los torneos, “el Chapa” acordó junto al Club italiano Sassuolo, dueño de la ficha del jugador, rescindir el préstamo con los mirasoles y liberar un cupo que permitiera incorporar otro jugador, así como resignar su salario, lo cual multiplicó más su popularidad entre la hinchada.

Los clásicos de verano vienen precedidos de toda una serie de hechos de sangre entre las barras de Nacional y Peñarol que se arrastran de hace al menos seis años y que se han desbordado hasta transformarse en un asunto de Estado. Lo novedosos de este último capítulo es el involucramiento directo de un jugador profesional, que ya estaba ligado al club y que se aprestaba a renovar contrato en las próximas horas. La crisis, porque esa es la definición correcta, envuelve en los tejemanejes de las mafias del fútbol a un jugador llamado a cumplir un papel de primer orden en el esquema de juego del actual director técnico.

 

Enero sangriento

El primer enfrentamiento del año entre los clásicos rivales empezó fuera de cualquier cancha, en la madrugada del día de reyes cuando el barra Washington “Washi” Simón condenado por el crimen contra el hincha de Peñarol Hernán Fiorito en 2016, paseaba por la Vía Blanca, la tradicional feria de 8 de Octubre. Simón, bajo libertad condicional, es identificado por barras de Peñarol. Estos lo atacan a golpes de puño, en un primer encontronazo, sin mayores consecuencias. Simón se aleja a pie unas cuadras y contacta a un compinche, también de la barra de Nacional, vuelve al lugar del incidente y se reinicia una gresca, esta vez van armados con cuchillas con las que hieren a tres de sus contrincantes, uno de estos saca un arma de fuego y dispara haciendo blanco en Simón.

La noticia corre como reguero de pólvora entre los simpatizantes albos. Simón es internado en el sanatorio Casmu sobre la misma 8 de Octubre en estado grave. Un grupo de unos treinta hinchas se concentra en el sanatorio para hacer el aguante a Simón. El 10 de enero, cuatro días después, Simón muere. Dos barras que estaban en la puerta del sanatorio se suben a una moto. La atmósfera está definitivamente contaminada, ya no es un enfrentamiento de toma y daca entre barras, vale todo. La moto se desplaza por el barrio de la Unión, Ignacio Galván un hincha de Peñarol de 17 años transita en su bicicleta por Pernas y Avellaneda. La moto para y de ella parte un disparo. Los testigos declararon que sintieron la detonación, vieron al conductor de la moto que guardaba un arma en un morral y a Galván que caía con la cara ensangrentada.

Galván murió al instante. Era, según se desprende de la investigación, un hincha “limpio”. “Un ser querido le había regalado la camiseta de Peñarol y que cuando “juntaba plata” pagaba una entrada para ver a su club.” Declaró Mirta Morales, fiscal del caso.

Luego de esto se filtra a la prensa un audio de Erwin Parentini Flores, alias “el Coco”, uno de los jefes de la barra brava de Peñarol, preso en el Penal de Libertad. En el audio, Parentini amenaza con tomar represalias y promete venganza por el asesinato de Galván. Este elemento tiene un historial profuso, pero se hizo un renombre cuando se destapó que fue quien ordenó el atentado contra la hinchada de Nacional en 2019, atentado a balazos que produjo la muerte de Lucas Langhain, joven hincha tricolor que se encontraba festejando el título conquistado por su club. Por este hecho Parentini fue condenado a 28 años como autor intelectual del homicidio. No hay honor entre villanos.

 

Aparatos

Pero, ¿y el homicida de Galván? Estaba a punto de cruzar la frontera hacia Brasil cuando fue detenido por un operativo conjunto de varias jefaturas. El abogado de la Familia Galván ha apuntado al corazón del problema, porque ha expuesto la existencia de todo un entramado de complicidades y encubrimiento: “de la investigación se desprenden datos “alarmantes”. (Montevideo Portal 24/1) “el ahora formalizado ‘contó con un apoyo logístico de gente de la barra de Nacional, allegados a él, que lo transportaron en dos vehículos a Rivera’ (…) la madre del asesino, interrogada por la policía, dijo que su hijo ‘no trabajaba’ y que ‘vive de la barra de Nacional’”.

“Hay una red logística que se formó alrededor de esta persona que permitió la huida, la fuga y después el encubrimiento del lugar de donde estaba. Por cierto, 600 kilómetros de Montevideo, trasladado en un vehículo, después ese vehículo se rompe, le proporcionan otro y le proporcionan dinero. Entonces, hubo un aparato que funcionó alrededor de esto, organizado” (ídem). La definición es pertinente. Las barras son precisamente eso, aparatos, con presencia permanente en los clubes, tienen vínculos aceitados con las dirigencias de donde obtienen los recursos para operar, financiar negocios paralelos y tender sus redes más allá de la esfera del futbol.

El trasfondo del caso que explotó con el arma incautada a Schiappacasse encierra tanta podredumbre que obligó a la dirigencia encabezada por Ruglio a ensayar un movimiento evasivo para intentar desprenderse completamente del jugador, al que ya anunciaron no renovaran contrato. La mafia de traje y corbata es infinitamente mas grande que la de los grupos lumpenizados que se balean en los callejones. Pretender presentar el hecho como un derrape personal de un jugador aislado, cuando los dirigentes alientan esas mismas mafias es un acto de hipocresía colosal. Pero además es el triunfo del anti-futbol, es decir del negocio y la perpetuación de la camarilla empresarial enquistada en las cúpulas de los clubes entrelazada con el poder político. Existe una relación corrupta entre la dirigencia y las barras que son utilizadas por esas camarillas para todo tipo de “trabajos”, entre ellas las propias campañas electorales para ver cual se hace con el control del club. Luego le arrojan una migaja del jugoso negocio que tienen entre manos.

 

Responsabilidad política

Los últimos gobiernos han incrementado la tecnología destinada al control social, se han incorporado cámaras de reconocimiento facial en las principales canchas, y la red de vigilancia y seguimiento en la ciudad es frondosa, con todo ese presupuesto invertido las mafias progresan en las narices de la policía de Heber y antes en la de Bonomi.

En estos momentos desde todos los micrófonos usados por los alcahuetes de siempre se reclama que debe caer sobre el jugador todo el peso de la ley. Desde el periodismo cómplice y comprado por ese mismo poder económico que mueve los hilos que desatan todas estas violencias truenan por un castigo “ejemplarizante”.

Schiappacasse, un jugador con condiciones excepcionales es sacrificado para que un puñado de delincuentes de guante blanco responsables verdaderos de toda esta porquería mantengan la sartén por el mango y no rindan cuentas a nadie.

Seguir poniendo la lupa en este o aquel barra es pura hipocresía para cortar la cadena de responsabilidades en el eslabón más bajo. Hay que apuntar arriba, donde se estimula el delito, los negociados y los enfrentamientos que estos generan.

Para salir de este torbellino de reyertas, los clubes deben pasar a manos de hinchas y socios, y desembarazar el fútbol de todas las bandas “desclasadas”, las de arriba y las de abajo.

Camilo Márquez

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