Debates

El debate Abella-Fernández: Las diferencias estratégicas entre la UP y el PT

La entrevista realizada por el periodista Gabriel Romano a Gonzalo Abella (candidato de la Unidad Popular) y a Rafael Fernández (candidato del Partido de los Trabajadores), permitió una clarificación sobre las diferencias existentes entre ambas organizaciones. El intercambio –no fue encarado como un debate por el periodista ni los entrevistados– se realizó en Televisión Nacional (Canal 5) en el programa “33/56, Coordenadas para Pensar”.

En contraste con el debate entre Vega (PERI) y Salle (PVA), que se constituyó en un show mediático de bastante poco nivel y acusaciones personales, la entrevista realizada en TNU a los referentes de la UP y el PT permitió sacar conclusiones importantes para la izquierda y el movimiento obrero.

En un momento Abella mencionó que la UP estaba abierta a la incorporación tanto de militantes humildes como también de personas que hayan estado encumbradas en altos cargos de gobierno. El periodista naturalmente hizo referencia al ex ministro de Industria, Energía y Minería, Roberto Kreimerman, quien jugó un rol protagónico durante el gobierno de José Mujica. Kreimerman manejó entre otras cosas la política gubernamental cuando se manejó todo el proyecto minero de Aratirí, así como la construcción de la planta regasificadora, la instalación de una nueva planta de celulosa en Conchillas, las zonas francas, y también la política de privatización de la generación de energía eléctrica (sobre todo con el impulso a la inversión privada en la generación eólica, pero también comprando excedentes a UPM y otras empresas). Gonzalo Abella defendió la incorporación del ex ministro frenteamplista a la UP, como un progreso de esta organización.

Rafael Fernández señaló la participación de Kreimerman en toda la política del FA de beneficio de las multinacionales (Montes del Plata, Aratirí, UPM), y que no se conoce ninguna autocrítica del ahora líder de la UP respecto a su pasaje por el gobierno, ni las razones de fondo de su ruptura con el Frente Amplio. El candidato del PT no mencionó que Daniel Martínez manejaba el nombre de Kreimerman para su equipo de campaña, como referente para lo que afirma será su “buque insignia” (la política industrial y de investigación). Martínez mantuvo contactos con Kreimerman durante meses hasta que repentinamente se enteró de su adhesión a la UP por la prensa. La sorpresa del candidato del Frente Amplio es demostrativa de que la “ruptura” del ex ministro no estuvo precedida por un debate de ideas y programas; ¡todo lo contrario!

El compañero del PT llamó la atención sobre la facilidad con la que la UP aceptó a Kreimerman, y también admite a grupos que se proclaman “saravistas” o “batllistas”, pero no puede siquiera hacer un acuerdo electoral con un partido que lucha por el socialismo como es el PT. Ante las consultas del periodista, Fernández relató que ya hace cinco años el PT propuso realizar un acuerdo electoral (no se planteaba el ingreso a la UP ni conformar una coalición permanente), lo cual fue rechazado por la dirigencia de la Unidad Popular “sin dar razones”. También mencionó que poco antes de las internas algún referente de la UP realizó contactos con el PT con la intención de realizar un acuerdo, pero que el planteo fue rechazado nuevamente por la dirección de la UP. El candidato del PT afirmó que “tal vez rechazaron el acuerdo porque somos anti-estalinistas”, dado que varios grupos de la Unidad Popular defienden abiertamente a Stalin y atacan al trotskismo.

Gonzalo Abella hizo una defensa de la política de colaboración de clases (“frentes populares”), en nombre de las etapas que hay que recorrer antes de plantearse la lucha por el socialismo. El candidato de la UP declaró que una diferencia estratégica con el PT era que este planteaba la lucha por un “gobierno de trabajadores”, mientras que la UP planteaba toda una etapa de alianza policlasista en función del objetivo de la “liberación nacional” –que sería previo a la lucha por el socialismo. Esa es en realidad la estrategia típica del Partido Comunista, tanto de la época de Eugenio Gómez como luego bajo la conducción de Rodney Arismendi, que planteaban la estrategia de un “Frente Democrático de Liberación Nacional”, con alianzas con sectores burgueses y pequeño-burgueses. Las alianzas amplias que defiende Abella ya se practicaron… y dieron origen al Frente Amplio. La UP pretende constituirse en una especie de “frenteamplito”, con la desventaja de que no moviliza masas ni mucho menos a la clase obrera.

La entrevista se empezaba a poner interesante… por primera vez la dirigencia de la Unidad Popular comenzaba a plantear con mayor claridad qué había impedido un acuerdo con el PT (ya en 2014), cuáles eran las diferencias programáticas y estratégicas. De todas formas, hay que señalar que el PT nunca exigió a la UP que adoptara el programa de lucha por un gobierno de trabajadores, sino que había propuesto un acuerdo electoral en el cual cada uno iba con su propio programa. Si podían aliarse con “batllistas” y “saravistas”, ¿no podían hacer un simple acuerdo electoral con quienes luchan por el gobierno obrero?

Ante el planteo de alianzas policlasistas que hizo Abella, Fernández señaló que efectivamente esa era una diferencia estratégica, y recordó que tanto el diputado Rubio como el propio candidato a presidente de la UP habían concurrido a Durazno al acto de los llamados “autoconvocados” (Un solo Uruguay). Y caracterizó que en ese movimiento los pequeños productores estaban siendo explotados por los grandes estancieros y terratenientes, así como el gran capital del agronegocio. Recordó que el programa del acto en Durazno había sido el “achique del Estado”, la devaluación de la moneda (y de los salarios), la reducción de impuestos y los subsidios a las empresas, es decir, un programa patronal contra los trabajadores. También señaló que ese programa no habría ninguna salida a la crisis, sino que era simplemente un mazazo al salario.

Con su participación en Durazno, la Unidad Popular repite el camino ya trillado por el Frente Amplio, pero no arranca con el FA del ’71 sino con el de 2002, cuando la dirigencia frenteamplista y la burocracia del PIT-CNT se abrazaron a los Gonzalo Gaggero, Frati y todos los dirigentes ruralistas en la llamada “Concertación para el Crecimiento” que levantaba el eslogan “rentabilidad o muerte”. La alianza de clases en torno al FA se comienza a romper, sectores capitalistas se apartan y empiezan a sumarse a la oposición de derecha (con la cual estuvieron históricamente ligados), y los dirigentes de la UP se entusiasman y marchan con ellos (¿?). Difícilmente pueda encontrarse mayor ceguera.

Abella intentó acomodar el cuerpo, y justificó su presencia en Durazno para estar cerca de los pequeños productores y disputar ese sector con los grandes terratenientes. La suerte del acuerdo policlasista dependería de lo que haga la clase obrera. Si hegemoniza la clase obrera, el acuerdo con la burguesía se izquierdizaría, si en cambio lideran los explotadores, la alianza se derechiza. Otra vez el esquema del PCU, en una versión empeorada. Hay que tener en cuenta que cuando el PCU defendía esa estrategia, y afirmaba que el programa y política de ese “frente popular” dependería de la “correlación de fuerzas” en su seno entre las distintas clases, tenía nada menos que la conducción de la mayoría de los sindicatos y la central sindical. Abella y la UP no tienen inserción en el movimiento obrero. El 26M intentó conformar una “centralita” paralela que nunca realizó un paro ni movilización, y que no llega al millar de afiliados. En ese sentido, la pretensión de Abella de incidir sobre pequeños propietarios de tierra no se hace en nombre del movimiento obrero, sino de una pequeña organización que ya en sí misma tiene un carácter policlasista y nacionalista, no socialista. Mientras los partidos “comunistas” tradicionales organizaban al movimiento obrero que ya se separaba de la burguesía, y lo subordinaba nuevamente a la llamada burguesía “progresista” a través de un “frente popular” o “de liberación nacional”, la UP no es un partido obrero sino un gran rejunte policlasista, es decir, defiende el populismo más que el frentepopulismo (en el populismo el obrero está disuelto e indiferenciado en el movimiento nacionalista, mientras que el frente popular lo subordina a través de los partidos “obreros”).

Rafael Fernández pudo haber dicho que el planteo de “liberación nacional” –con el que se justificó en el pasado y también se justifica hoy en día– el seguidismo al nacionalismo burgués, ya fracasó en toda América Latina. Las experiencias de Perón, el MNR boliviano, el APRA y Velazco Alvarado en Perú, el PRI mexicano, los procesos del chavismo y de Evo Morales, el kirchnerismo, ya mostraron una y otra vez las limitaciones IN-SAL-VA-BLES de las llamadas “burguesías nacionales”, cada vez más subordinadas al imperialismo, cada vez más impotentes, cada vez menos capaces de industrializar a América Latina. Durante más de una década el subcontinente estuvo gobernado por los nacionalistas, casi siempre con mayorías absolutas y con un fuerte retroceso de los partidos “tradicionales” de cada país: el resultado es una mayor dependencia de las materias primas (des-industrialización), mayor concentración de la tierra en pocas manos, entrega de los recursos naturales a multinacionales, pago de la deuda externa… En Uruguay la burguesía “nacional” mostró todo lo que podía dar bajo el primer y el segundo “batllismo”. Fracasó y se arrodilló completamente ante el Fondo Monetario y se convirtió en socia menor y subordinada al capital financiero internacional.

Ya el Che Guevara había dicho en 1967 en forma cristalina: “las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo –si alguna vez la tuvieron– y sólo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer; o revolución socialista o caricatura de revolución”. Esa fue la conclusión definitiva de la experiencia de los gobiernos nacionalistas y también de las revoluciones en nuestro continente (¡Cuba!).

Es necesario no un “frente policlasista” en nombre de la “liberación nacional”, sino la lucha por un gobierno de trabajadores. Sólo bajo la conducción de la clase obrera, a la cabeza de todos los explotados, se podrá completar la emancipación nacional, la unidad latinoamericana, la revolución agraria y la industrialización, nunca bajo la conducción de los movimientos nacionalistas.

En el debate Abella-Fernández no hubo pirotecnia ni agresiones, pero quedó instalada una discusión estratégica en la izquierda.

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