“Ahora es la guerra”, declaró Gustavo Bebbiano, jefe del partido de Bolsonaro. Y el candidato a vicepresidente, tras responsabilizar por los hechos al PT, recurrió abiertamente a las amenazas: “si quieren usar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros”, dijo Hamilton Mourao.
Casi todo el arco político brasileño salió a repudiar la agresión y a invocar el respeto por la “institucionalidad democrática”. La condena de los principales candidatos contra la agresión, omite señalar el cuadro de violencia e intimidación que lo precede. El proceso electoral mismo está viciado por una injerencia de las Fuerzas Armadas, que vetan la candidatura de Lula. En marzo de este año, una caravana encabezada por el líder del PT fue atacada a balazos en el estado de Paraná, hecho que fue celebrado públicamente por el candidato ultraderechista. Hace apenas unas semanas, una colaboradora de la campaña del Psol fue amenazada con un arma de fuego por un hombre motorizado que gritaba consignas a favor de la candidatura de Bolsonaro. Este mismo dijo el sábado “vamos fusilar a todos los petistas de Acre” durante un acto en la capital de ese estado. Sus ataques contra la izquierda, los indígenas, homosexuales y los negros se han hecho célebres. Bolsonaro, militar retirado, es un defensor abierto de la dictadura militar (1964-1985) y sus listas están pobladas de militares. Las amenazas de la ultraderecha brasileña deben ser tomadas muy en serio por la militancia y el activismo.
Quienes llaman ahora a preservar la democracia y la institucionalidad parecen desconocer que el país es gobernado por un golpista y que Rio de Janeiro se encuentra militarizada, donde fue asesinada por un sicario la concejal Marielle Franco, y que Brasil es el país con mayor cantidad de activistas ambientales asesinados en el último año (57 casos). Según La Nación (7/9), “en lo que va de este año, ya han sido asesinados 40 concejales y alcaldes”, lo que recuerda un poco a México. Los pasados comicios municipales de 2016 también estuvieron marcados por ataques a tiros contra candidatos. Asimismo, la cantidad de homicidios a manos de la policía se disparó en un 20% en 2017.
Aún no está claro el impacto electoral que puede tener el atentado. Bolsonaro permanece en recuperación en un sanatorio. Pero lo que está fuera de dudas es que las elecciones brasileñas se han transformado en un episodio revulsivo de la crisis, en las que el candidato favorito en las encuestas –Lula– se encuentra proscripto, mientras que Bolsonaro despierta el recelo de la burguesía y el imperialismo por ser un candidato imprevisible y es visto incluso como un potencial “Erdogan tropical”. Los candidatos más aceptables para el establishment, Geraldo Alckmin y Henrique Meirelles, están completamente marginados en las encuestas.
Para la burguesía brasileña, de las próximas elecciones debería surgir una figura capaz de pilotear la aguda crisis económica que atraviesa el país, recuperar la iniciativa política para emprender un mayor ataque contra las masas, y arbitrar en una disputa extraordinaria de negocios (incluyendo el futuro de empresas como Petrobras, Embraer y Eletrobras).
Hasta ahora no han encontrado a ese piloto. La agresión a Bolsonaro se inscribe en este escenario.
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