Centenario de la Revolución Alemana parte #8. La fallida insurrección de enero de 1919
Tras los enfrentamientos de Navidad, la renuncia de los socialdemócratas independientes al gobierno y la fundación del partido comunista, 1918 finaliza en un clima tenso. Del lado de los dirigentes revolucionarios prevalecen las dudas y las inconsistencias. En diciembre de 1918 en Berlín, igual que en Petrogrado en julio de 1917, las masas radicalizadas ven en la lucha armada el recurso simplificador que resolverá el bloqueo de los recursos políticos, en los que ya no quieren creer. Pero no hay en Berlín un partido bolchevique para abrirles la perspectiva de la lucha política, ni para conducirles hacia una retirada necesaria, si fracasaran las primeras manifestaciones armadas y sus consecuencias fácilmente predecibles. Del lado de los dirigentes revolucionarios campea la duda. Los delegados del Congreso del Partido Comunista Alemán (Espartaco) han rechazado el análisis de Paul Levi y Rosa Luxemburgo (la dirección del partido). Los que deben dirigir dan indicaciones contradictorias y muestran sus propias divergencias a las masas que quieren dirigir.
La contrarrevolución encuentra lo que les falta a los revolucionarios, una dirección capaz de analizar la relación de fuerzas y un instrumento para actuar. Son fuerzas entrenadas y disciplinadas. Su jefe ya no es Ebert, sino un diputado socialdemócrata, que desde hace años tiene la confianza del cuerpo de oficiales: Gustav Noske. Entra en el gobierno para reemplazar a los independientes. Y declara: “Uno de nosotros debe hacer de verdugo”. Sabe que no se puede contar con el ejército tradicional para establecer el orden desde el desastre de Lequis. Los oficiales se han dedicado desde algunas semanas antes a salvar algunas unidades de élite. Después del 6 de diciembre han formado un “cuerpo franco de cazadores voluntarios” destinado a la guerra civil, organizado, armado e instruido para este fin. Los hombres que las componen, voluntarios con pagas altas, están preparados para tareas precisas: ocupación de estaciones y controles, protección de depósitos de material y municiones, policía de puertos, defensa de edificios públicos, “limpieza” de calles y plazas y toma de edificios por asalto. El 24 de diciembre ya son 4.000 pero está aún fuera de Berlín. El 4 de enero Ebert, y Noske pasan revista a estos hombres a los que consideran maravillados como “los verdaderos soldados”. Noske le dice a Ebert “Tranquilízate; verás cómo las calles cambiarán”.
El caso Eichhorn será el disparador del enfrentamiento. Eichhorn era desde la revolución del 9 de noviembre el jefe de policía de Berlín. Dirigente independiente, los mayoritarios lo toleraban como parte de los acuerdos entre ambos partidos pero desde la renuncia de los independientes al gobierno se sienten con las manos libres. El 4 de enero lo remueven. Eichhorn rechaza su remoción y cuenta con el apoyo de los independientes, los delegados revolucionarios y los comunistas. Para los trabajadores berlineses, él y sus tropas, reforzadas últimamente con militantes seguros, son una de las últimas garantías contra las acciones contrarrevolucionarias. La noticia de la revocación provoca una explosión de cólera, que se convierte en resoluciones, huelgas y manifestaciones. Los delegados revolucionarios reunidos en la tarde del día 4 están por una vez de acuerdo, hay que resistir. Según relata Paul Levi “el 4 de enero por la tarde la Central del PCA (E) deliberó sobre la situación creada. Había completa unanimidad. Sería insensato lanzarse hacia el gobierno. Eran unánimes en que se debían evitar todas las consignas tendientes al derrocamiento del gobierno actual. Nuestras consignas debían ser precisas: anulación de la revocación de Eichhorn, desarme de las tropas contra revolucionarias, armamento del proletariado. Ese mínimo de consignas debía ser defendido con la mayor energía posible. En este sentido lanzamos nuestras consignas para la manifestación”. Pero esta versión no tiene en cuenta las divergencias que existían, expresadas o no. Liebknecht confiaría a uno de sus camaradas fuera de la reunión otra visión: “Nuestro gobierno es imposible aún, pero un gobierno Ledebour apoyado por los delegados revolucionarios sí es posible”. Rosa Luxemburgo estimaba en cambio que si el derrocamiento del gobierno Ebert en Berlín fuera posible, tal iniciativa estaba desprovista de sentido ya que las provincias no estaban preparadas para seguirla. Las circunstancias se encargarán de agravar esta divergencia.
Es la mañana del cinco de enero, los independientes, los delegados revolucionarios y el partido comunista convocan en común a una manifestación a las catorce horas: las organizaciones berlinesas llaman a una manifestación y nada más. Pero la protesta toma una amplitud que sorprende a los mismos organizadores. El centro de la capital es ocupado por centenares de miles de manifestantes, muchos de ellos portando sus armas. Mientras las masas manifestaban, aguardaban y finalmente se retiraron, los dirigentes deliberaron un larguísimo rato. Están los dirigentes berlineses del partido social-demócrata independiente Ledebour, Däumig, los delegados revolucionarios, Scholze y otros, y dos miembros de la central comunista, Karl Liebknecht y Wilhelm Pieck. El problema que discuten es verdaderamente complejo. Todos tienen el sentimiento que una retirada en el asunto Eichhorn sería para los berlineses una grave decepción, que no sería comprendida, y sin duda abriría el camino al desaliento y a la desmovilización. Consideraban también que no pueden luchar a medias, y que si hay combate, éste será decisivo. Muchos de ellos piensan que la mejor manera de defenderse es atacar.
La central comunista había sido unánime al estimar que se podía y se debía obtener la anulación de la revocación de Eichhorn, el desarme de las tropas contrarrevolucionarias e incluso el armamento del proletariado. Y pensaban que habría sido erróneo lanzar consignas que pudiesen provocar una batalla por el derrocamiento del gobierno Ebert. Pero después de la gigantesca manifestación, Liebknecht y Pieck estimaban que la situación había evolucionado.
Ledebour está convencido y Liebknecht opina también que para ellos ya no es suficiente protestar contra la revocación de Eichhorn. Es necesario, ya que es posible, lanzar la lucha por el poder. La novedosa alianza entre Ledebour y Liebknecht es decisiva. Richard Müller piensa, como Liebknecht, que las masas están tomando la vía revolucionaria, pero no cree que haya llegado el momento de lanzar en Berlín un ataque que, en el mejor de los casos, sólo lograría la victoria de la vanguardia en la capital, aislada del resto del país. Däumig lo apoya; para él, no se trata de obtener el poder por unos días solamente, mediante una efímera Comuna de Berlín, sin vencer definitivamente y a escala de todo el país. Pero esta vez Richard Müller y Däumig están en minoría, y en la votación sólo obtienen seis votos. Casi por unanimidad la asamblea decide intentar el derrocamiento del gobierno. Para ello designa un “comité revolucionario” de cincuenta y dos miembros encargado de dirigir el movimiento y de erigirse, si es necesario, en gobierno revolucionario provisional, esperando la reelección de los consejos y la reunión de un nuevo congreso. A su cabeza hay tres presidentes con iguales derechos, representando las tres tendencias aliadas, Ledebour, Liebknecht y Paul Scholze.
Si bien a la noche hay algunas ocupaciones, entre ellos el emblemático Vorwärts ya en la tarde del día siguiente, 6 de enero el movimiento aparece para muchos en retroceso y la idea de tomar el poder como un grave error. Noske, instalado en el Estado Mayor de los cuerpos francos prepara su contra-ofensiva. En la central comunista todo entra en crisis. Radek, que a instancias de Rosa Luxemburgo se ha escondido desde el comienzo de la acción, envía a la central, un mensaje en el que sugiere llamar a la vuelta al trabajo y a emprender inmediatamente una campaña para la reelección de los consejos obreros. Rosa Luxemburgo le responde que los independientes se disponen a capitular, y que los comunistas no deben facilitarles la tarea dando la señal de una retirada, que ella juzga también innecesaria. Jogiches iba más lejos que Radek y querría que la central desautorizara a Liebknecht y a Pieck, por actuar sin mandato y fuera de cualquier disciplina de partido a partir de la noche del cinco, pero la central duda frente a una desaprobación en pleno combate que tal vez no sería comprendida. Los independientes no están menos divididos y el ejecutivo nacional intenta convencer a los berlineses, en particular a Ledebour, de la necesidad de negociar, postura que es finalmente la que el comité revolucionario de 52 miembros termina por decidir por amplia mayoría.
El gobierno está envalentonado y las negociaciones fracasan mientras Noske se hace cargo del comando de operaciones con sus cuerpos francos. El gobierno lanza entonces un llamado a “poner término a la opresión y a la anarquía”. El 9 los delegados revolucionarios, los representantes del PCA (E) y los del ejecutivo berlinés de los independientes responden a la provocación gubernamental “¡Adelante en la huelga general! ¡A las armas!”.
Los trabajadores de Berlín, en su mayoría, no están dispuestos a tomar parte de esta guerra civil, que está a punto de estallar entre los dos bandos, que se dicen, ambos, socialistas, pero tampoco permanece pasiva ante el posible enfrentamiento. En las fábricas se celebran reuniones y asambleas, que se pronuncian casi siempre por el fin inmediato de los combates, de la “lucha fratricida”; se reclama y aclama la “unidad” de todas las corrientes socialistas. El movimiento es, en gran medida, espontáneo, y bajo su presión, las negociaciones reclamadas por los independientes se reanudan la noche del nueve de enero. Seguirán hasta el once.
Durante este intervalo el tiempo ha favorecido al gobierno, decidido de todas maneras a golpear con dureza. Las tropas gubernamentales detienen y ejecutan durante los desalojos sin respetar ni rendiciones ni banderas blancas.
La brutalidad de la ofensiva de los hombres de Noske y el empuje del movimiento en las empresas para el fin de los combates fratricidas han terminado por desorganizar la dirección del comité revolucionario. La central del PCA (E) también está totalmente desorganizada. Desde hace varios días no tiene ningún contacto con Liebknecht, que está con los dirigentes independientes.
El asesinato de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo
Los cuerpos francos están decididos a golpear la cabeza del movimiento, y buscan activamente a los dirigentes revolucionarios. Varios abandonan la capital, pero Liebknecht y Rosa Luxemburgo permanecen en Berlín. Levi le insiste a Rosa que corre peligro y que debe esconderse. Liebknecht es igual de inconsciente, e insiste en que se tomen las disposiciones para una reunión pública en la que Rosa y él mismo tomarán la palabra en nombre del partido. Tanto uno como otro aceptarán finalmente esconderse, pero rehúsan abandonar Berlín en el momento en que la represión golpea. Se refugian en el apartamento de un simpatizante. Allí Rosa Luxemburgo descubre al leer el Vorwärts, que Liebknecht ha puesto su firma bajo el famoso texto del comité revolucionario. Ella le dice: “Karl, ¿es éste nuestro programa?”. El silencio se hace entre los dos.
En la tarde del quince de enero son detenidos, con Wilhelm Pieck que les llevaba documentos falsos. Los tres son trasladados al hotel Eden, donde se ha instalado el cuartel general de la división de la Guardia. Durante la noche Liebknecht primero y Rosa Luxemburgo después abandonan el hotel bajo escolta, para ser asesinados.
La prensa del mediodía del 16 anuncia la noticia bajo grandes titulares: Liebknecht y Rosa Luxemburgo han muerto, el primero al intentar huir, y la segunda linchada por desconocidos, que habían detenido su automóvil durante el traslado a la prisión de Moabit. El cadáver de Liebknecht está en la morgue, y el de Rosa Luxemburgo no ha sido encontrado.
La verdad se conoce poco a poco, los militares han matado a sus prisioneros, después de maltratarlos con dureza durante los interrogatorios, Liebknecht que salió primero, fue golpeado de un culatazo por el soldado Runge y lanzado dentro de un auto; ensangrentado, es trasladado al Tiergarten, donde la escolta lo ha eliminado. Rosa Luxemburgo, ya muy mal, ha sido golpeada por Runge en las mismas condiciones, trasladada sin conocimiento y asesinada. Su cuerpo, lastrado con piedras, ha sido lanzado al canal, que no lo devolverá hasta algunos meses después.
.A pesar de los esfuerzos de Jogiches y Levi, que dedican a la investigación grandes esfuerzos, no logran probar la responsabilidad directa de ningún dirigente socialdemócrata. En cambio su responsabilidad moral es aplastante; dos días antes el Vorwärts había publicado un verdadero llamado a muerte contra “Karl, Rosa y consortes, ningún muerto, ni uno, entre los muertos”, y los hombres reunidos, armados y encubiertos después por Noske y los ministros socialdemócratas, han perpetrado el asesinato. Entre socialdemócratas y comunistas alemanes se cruzará en adelante la sangre de Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Las consecuencias del doble asesinato son incalculables. El joven partido comunista se ve privado simultáneamente de su mejor cerebro político y de su tribuno más prestigioso. Rosa Luxemburgo y Liebknecht eran conocidos por todos los obreros alemanes, y apreciados por todo el movimiento internacional. El doble asesinato no sólo crea una fosa entre mayoritarios y revolucionarios sino que también refuerza en muchos la convicción de que la única táctica errónea ha sido contemporizar demasiado. Muchos meses de cruel experiencia necesitarán los destacamentos comunistas aislados para convencerse de que los errores eran de otro orden.
Los balances: Radek, Luxemburgo, una apreciación de conjunto
Decíamos al completarse el segundo día de la revolución que no debía exagerarse la importancia de la derrota de los revolucionarios en ese momento dado que la revolución sólo había comenzado. Rosa Luxemburgo insistirá desde “Die Rote Fahne” que el triunfo espartaquista está al final de la revolución y no al comienzo. Ahora bien, la fundación del Partido Comunista a fines de diciembre con sus resoluciones y las jornadas de enero, ¿cómo deben ser evaluadas, mejoraron las perspectivas de los revolucionarios?
Veamos, en primer lugar, cómo juzgaban los hechos sus protagonistas. A Radek ya le había parecido alarmante la actitud despectiva de la inmensa mayoría de los delegados al Congreso de fundación del PCA (E) ante las negociaciones con los delegados revolucionarios, que tenían la confianza del proletariado berlinés y habían conducido todas sus luchas durante la guerra y la revolución. El 9 de enero Radek en una carta a la central comunista traza un balance de las jornadas de enero y formula un intento de rectificación: “En vuestro folleto sobre el programa, ¿Qué quiere la Liga Espartaco? declaráis que no queréis tomar el poder si no tenéis detrás a la mayoría de la clase obrera. (…) Hoy, las únicas organizaciones de masas que hay que considerar, los consejos de obreros y soldados, sólo tienen fuerza en el papel. En consecuencia, no los domina el partido de la lucha, el partido comunista, sino los social patriotas o los independientes. En tal situación no hay que pensar en absoluto en una eventual toma del poder por el proletariado. Si el gobierno cayese en vuestras manos después de un golpe de estado, estaríais separados de las provincias y seríais barridos en algunas horas”.
También considera un grave error la iniciativa que se ha tomado y que cuenta con la aprobación de los representantes del partido: en esta situación, la acción que decidieron el sábado los delegados revolucionarios como réplica al ataque del gobierno social patriota contra la prefectura de policía, sólo debería tener el carácter de una protesta. La vanguardia proletaria, exasperada por la política gubernamental, mal dirigida por los delegados revolucionarios, cuya inexperiencia política los hace incapaces de captar la relación de fuerzas en el conjunto del Reich, con su empuje han transformado el movimiento de protesta en una lucha por el poder. Esto permite a Ebert y a Scheidemann dar el golpe al movimiento berlinés para debilitarlo por completo.
Apoyándose en el ejemplo bolchevique de julio de 1917, Radek se pronuncia categóricamente para que los dirigentes comunistas tomen sus responsabilidades y la iniciativa de un llamado a una retirada al frente de las masas: la única fuerza capaz de frenar e impedir el desastre sois vosotros: el partido comunista tiene suficiente perspicacia para saber que éste es un combate sin esperanza; lo sabéis (…). Nada puede impedir al más débil batirse en retirada frente a una fuerza superior. En julio de 1917, cuando éramos infinitamente más fuertes de lo que sois ahora vosotros, intentamos retener con todas nuestras fuerzas a las masas, y como no lo conseguimos, las condujimos con esfuerzos inauditos, hacia la retirada, huyendo de una batalla sin esperanza.
Las posiciones de Radek, si las hubiera adoptado la central, habrían permitido al partido comunista no aparecer como responsable directo o indirecto de la continuación de los combates y arrastrar hacia una necesaria retirada a los independientes y a los delegados revolucionarios dispersos. Con ello aislaban también en el seno del partido social-demócrata a los partidarios de la represión contra la extrema izquierda, aliados conscientes del Estado Mayor.
Pero los dirigentes espartaquistas, incluida Rosa Luxemburgo, juzgarán de otra forma la situación, harán de la resistencia y del mantenimiento de la ocupación del Vorwärts una cuestión de honor, prosiguiendo con los delegados revolucionarios y los independientes de izquierda una competencia nociva por ver quién aguante más en la calle.
En un último artículo, “El orden reina en Berlín” Rosa Luxemburgo intentará hacer el balance de la “semana espartaquista”. No tiene duda, insiste, de que era imposible esperar una “victoria decisiva del proletariado revolucionario”, una caída de los Ebert-Scheidemann y la “instauración de la dictadura socialista”. La causa es la falta de madurez de la revolución, la ausencia de coordinación entre los diversos núcleos revolucionarios – “la acción común daría a los ataques violentos y a las réplicas de la clase obrera berlinesa otra eficacia”– y también el hecho que “las luchas económicas sólo estén empezando”. En estas condiciones hay que preguntarse si la última semana es un “error”. Ella no lo cree, porque estima que los obreros han sido provocados:
Frente a la provocación violenta de los Ebert-Scheidemann los obreros revolucionarios estaban forzados a tomar las armas. Para la revolución era una cuestión de honor rechazar el ataque inmediatamente, con toda la energía, si no se quería que la contrarrevolución se envalentonase, si no se quería ver cuarteadas las filas del proletariado revolucionario y el crédito de la revolución alemana en el seno de la Internacional. Es “la contradicción entre las tareas que se imponen y la ausencia, en la etapa actual de la revolución, de las condiciones previas que permitan resolverlas”. Pero la historia enseña que la vía al socialismo está “plagada de derrotas” y que éstas conducen a la victoria a los que saben sacar enseñanzas de ellas: La dirección ha estado paralizada, pero se puede y se debe construir una nueva dirección, una dirección que emane de las masas y que elijan las masas (…) Las masas han estado a la altura de su tarea. Han hecho de esta “derrota” un eslabón de la serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Por eso la victoria florecerá sobre esta derrota. Hay que tener en cuenta, de todos modos que Rosa Luxemburgo defiende una conducta ya asumida.
Si además tenemos en cuenta que el 11 de enero Rosa señalaba que “la ausencia de dirección, la inexistencia de un centro encargado de organizar a la clase berlinesa debe terminar. Si la causa de la revolución debe progresar, si la victoria del proletariado y el socialismo deben ser algo más que un sueño, los obreros revolucionarios deben construir organismos dirigentes para conducir y utilizar la energía combativa de las masas”, queda la sensación de que bajo la influencia de estas jornadas, Rosa Luxemburgo parecía concluir una aproximación a una concepción del partido revolucionario que hasta entonces no compartía. Su asesinato impide conocer el alcance de estas reflexiones pero que deben ser complementadas con su crítica a Liebknecht por haber impulsado la prematura insurrección (“Es este nuestro programa Karl”?).
Esta primera fase de la revolución que todavía se extenderá hasta marzo con luchas en Baviera y otros puntos del interior alemán, había mostrado el enorme potencial de una evolución de las masas en defensa de sus intereses de conjunto, con escasa comprensión de las diferencias entre los partidos. Esto daba a la propuesta de Radek todo su realismo. Un solo ejemplo entre muchos. En medio de los combates unos 40.000 obreros de las fábricas A.E.G.y otras se reúnen y eligen una comisión de ocho miembros (dos de cada partido y dos delegados revolucionarios), encargada de organizar una campaña con las consignas: dimisión de los actuales dirigentes, apoyo a dirigentes no “comprometidos”, disolución del gran cuartel general, supresión de los grados y desmovilización del ejército. Durante los días siguientes se multiplican las resoluciones en este sentido, todas reclaman la retirada de Ebert y de Scheidemann, el nombramiento de otro independiente para el puesto de prefecto de policía y la formación de un gobierno de los tres partidos. El hecho que muchos militantes socialdemócratas mayoritarios se unan a esas posiciones muestra la profundidad del sentimiento unitario, la hostilidad de la masa obrera berlinesa a lo que le parece un combate fratricida pero también una total desconfianza en quienes pactan con el Estado Mayor.
Las resoluciones del Congreso boicoteando las elecciones a la Constituyente y planteando que hay que destruir los sindicatos, sumado al asesinato de Rosa Luxemburgo y Liebknecht, y poco después de Leo Jogiches y Eugen Leviné van a condicionar fuertemente la evolución del PCA, que perseguido por la represión no logró desarrollarse ampliamente. Por su parte la evolución de la izquierda independiente fue mayoritariamente hacia la izquierda. A fines de 1919 se pronunciará por la incorporación a la III Internacional y al año siguiente ya como mayoría partidaria se unificará con el PCA que adquirirá un carácter masivo.
Las corrientes ultraizquierdistas serán posteriormente depuradas del partido. Lenin dedicará la mayor parte de su folleto El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo en abril de 1920 a criticar a la “izquierda” alemana. Trotsky en su discurso de cierre del 3er. Congreso de la III Internacional (Trotsky, p. 86) también critica que después del “julio de 1917” vivido en enero de 1919 se hubieran repetido actuaciones semejantes en marzo de 1920 y de 1921.
El primer período de la revolución deja enormes enseñanzas al proletariado y a la vanguardia revolucionaria alemana de cara a un período revolucionario que se extendió hasta 1923. No todas serán aprovechadas y en el final las tensiones dentro del partido bolchevique tras el forzado retiro de Lenin, y el comienzo de la labor antirrevolucionaria de la troika de Stalin, Kamenev y Zinoviev, lo afectarán gravemente.
La izquierda alemana y los bolcheviques en las vísperas de la revolución #4
Pierre Broué, Revolución en Alemania
León Trotsky, Una escuela de estrategia revolucionaria, en Bolchevismo y Stalinismo, Editorial Yunque, Buenos Aires, 1975