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Disgregación y crisis

Las encuestas electorales muestran la extrema atomización del régimen político. El Frente Amplio está muy lejos de obtener una mayoría parlamentaria como en las tres últimas elecciones, pero eso no es todo: sufre una brutal división interna. La disolución del “Frente Líber Seregni” y el retroceso del astorismo, la crisis interna del Partido Socialista, la candidatura de Martínez que apenas superó el 40% en las internas, y la propia caída en la votación del FA en junio pese a que existían cuatro precandidaturas, son distintas manifestaciones de crisis. La digitación de la candidata a Vicepresidente generó desconcierto, y mostró la necesidad de Martínez de mostrar que él tiene la batuta -ni Vázquez, ni Astori, ni sobre todo Mujica o el PCU. El candidato del FA envió una señal sobre todo a los empresarios, frente a la elevada votación interna del binomio Andrade-Cosse, tomando distancia de la burocracia sindical (hizo una virtual declaración de guerra a sectores sindicales como Adeom y Fenapes).

Por otra parte, los partidos “tradicionales” de la burguesía no logran captar a los descontentos. Si bien la candidatura de Talvi levantó en parte a los colorados, parece claro que no tendrá condiciones para llegar al balotaje. Lacalle Pou encabeza a una derecha súper dividida; en caso de ganar un balotaje, sería con un acuerdo multi-partidario. El Partido Nacional difícilmente alcance el 30% de los votos, y esto con una división interna entre tres o cuatro subgrupos. Se podría dar el caso que Lacalle llegue a la presidencia con un 25% de los votos, y teniendo que negociar luego con Larrañaga, Sartori, Talvi, Sanguinetti, Mieres… y Manini Ríos. La emergencia del ex militar es otra expresión de crisis del régimen de partidos, no sólo de los intereses de la ‘corporación militar’.

Quien gane la segunda vuelta va a enfrentar una agudización de la crisis económica a partir de una brutal disgregación política. Si bien los principales candidatos siguen todos juntos los mandatos del Fondo Monetario Internacional, el régimen político queda fragmentado y debilitado para ir a una guerra contra el movimiento obrero.

La atomización política y las disputas internas en los partidos políticos refleja la fragmentación y la lucha inter-capitalista. Se trata de un fenómeno internacional, no es una peculiaridad uruguaya. Basta mencionar a Trump, que enfrenta una oposición de sectores burgueses que recienten la guerra económica con China… porque justamente es allí donde esos sectores yanquis obtienen sus ganancias. La orientación de Trump viene sufriendo reveses en América Latina: no logró desplazar a Maduro, sufre la derrota de Macri en Argentina, y su política provocó una crisis de régimen y una rebelión popular nada menos que en Puerto Rico. Por otra parte, se agudizan las disputas del imperialismo yanqui con el europeo, y esto jaquea a la “Unión” (?) Europea. El impacto en latinoamérica es evidente: cuando se acaba de firmar un tratado Mercosur-UE, este ha quedado prendido con alfileres (enfrentamiento Macron-Bolsonaro). La burguesía y los terratenientes de América Latina están desconcertados ante la magnitud de la crisis mundial y la presencia de distintas potencias y “socios comerciales” en la región. Quieren asociarse a la UE, a Trump y a China… lo que en el marco de  una creciente guerra económica internacional es algo así como resolver la cuadratura del círculo.

La de Martínez parece ser la candidatura más cercana al capital europeo (UPM, acuerdo Mercosur-UE, Grupo de Contacto sobre Venezuela), mientras que el bloque de Lacalle-Talvi se orienta más hacia acuerdos con Trump y la derecha latinoamericana. Las elecciones uruguayas se producen hasta cierto punto a contramano de la situación regional: el Frente Amplio parece haber perdido apoyos en la clase capitalista, pero la derecha está en crisis (Macri, Bolsonaro). La descomunal crisis argentina se introduce cada vez más en la campaña electoral, golpeando a quienes se alineaban con Macri. Por otra parte, el inmovilismo que sufre el gobierno en la vecina orilla (porque todavía debe dar la pelea en octubre, no puede tirar la toalla ni tomar medidas de fondo) genera una situación explosiva y también golpea a la economía uruguaya. El gobierno que surja electo en octubre-noviembre en Uruguay va a estar enfrentado no sólo a la presión del FMI para “resolver el déficit fiscal” sino también la posibilidad de una fuga de capitales por contagio con la Argentina.

El elemento más notable en los últimos meses es la declinación y división del astorismo (FLS), que controló la política económica en los tres períodos de gobierno frenteamplista. Luego de haber apoyado a Martínez en la interna, y haber sufrido el desprendimiento de Bergara, una parte del FLS apoya al ex presidente del Banco Central mientras que el Nuevo Espacio ha realizado una alianza con Darío Pérez. Otro aspecto a tener en cuenta es la crisis del partido “Socialista”, del cual se han retirado por derecha algunos elementos que eran cercanos precisamente al astorismo (como los economistas Oddone y Álvaro García) y más recientemente la salida de Roberto Kreimerman hacia la Unidad Popular. Lo notable es que el candidato presidencial Daniel Martínez no tiene siquiera el control sobre su partido, no digamos sobre todo el Frente Amplio.

En el campo de la “oposición” el rápido crecimiento de Manini Ríos -como un ‘outsider’ del sistema de partidos, y vinculado a los planteamientos de “mano dura”- ha introducido una discusión en el bloque derechista: mientras Lacalle ya comenzó a cortejar al ex jefe del Ejército, Talvi ha rechazado una coalición con Cabildo Abierto (al que algunas encuestas le otorgan más de un 10% de la intención de votos). En un escenario extremadamente volátil, Manini parece estar afectando electoralmente a blancos, colorados, emepepistas y también a Novick.

Por otra parte, la Unidad Popular no crece aprovechando la caída del FA en las encuestas, ni nada indica que la integración de Kreimerman vaya a implicar una ganancia de votos. El ex ministro de Industrias de Mujica -vinculado al proyecto Aratirí, a la regasificadora, al puerto de aguas profundas, y a la segunda planta de celulosa- no puede dar una explicación sencilla sobre las razones de su ruptura. Su integración muestra que la UP es muy capaz de hacer alianzas y ampliarse por derecha, pero siempre se ha negado a hacer alianzas hacia su izquierda (con el propio PT, por ejemplo). La emergencia de la figura del abogado Salle, compitiendo por el voto “verde” con Vega y en parte con la UP, es otra expresión de atomización y confusión. Toda esta oferta que intenta ganar el voto crítico al Frente Amplio no plantea sin embargo una superación estratégica ni programática, sino que son propuestas policlasistas, no socialistas.

La posibilidad de un relevo del FA en el gobierno ha tenido repercusiones en la burocracia sindical. Por ejemplo, Richard Read aparece planteando una negociación multi-partidaria en torno a varios temas (como las propuestas de Eduy21 para la enseñanza, la negociación colectiva, el empleo, etc.). Al tomar cierta distancia con el FA, Read muestra la tendencia del aparato sindical a acomodar el cuerpo ante un posible nuevo gobierno de la derecha (o un gobierno de Martínez que negociará “caso a caso” con la derecha). Si bien la mayoría de la burocracia sindical aún está jugada al FA, su postura frente a la reforma de la seguridad social muestra que de conjunto va a una política de freno de la lucha y de pacto social. No es casual la convocatoria a un “diálogo social” y político realizado en forma conjunta por los representantes sindicales, de los jubilados y de las empresas en el BPS. En oposición a este planteamiento, hay que seguir el ejemplo de los obreros del Frigorífico Canelones que en asamblea resolvieron declarar innegociable el aumento de la edad de retiro o la rebaja del cálculo jubilatorio. Al plan de guerra contra los derechos laborales y previsionales, el movimiento obrero debe enfrentarlo con la huelga general.

El futuro gobierno será más débil y contradictorio desde el punto de vista de su integración y sustentación parlamentaria, su única fortaleza radicaría justamente en la crisis de dirección del movimiento obrero, es decir, en la existencia de una burocracia sindical que busca contener las luchas y se prepara para una política de negociación a la baja de las conquistas. La constitución de una oposición sindical y política al FA, que convoque a Encuentros de Trabajadores para preparar la lucha contra los capitalistas y su gobierno, es la tarea fundamental. En ese sentido, la campaña por el voto al PT es un trabajo preparatorio para poner en pie una alternativa obrera y socialista, para que los trabajadores tengan una intervención independiente en la crisis política que se está incubando en el régimen político.

Rafael Fernández

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