El derrumbe accionario del Deutsche Bank ha encendido luces de alarma a nivel mundial. Es el banco más grande de Alemania y de Europa y tiene negocios compartidos con grandes agencias de inversión de las mayores plazas financieras del mundo, en particular de Inglaterra. En el mundo de las finanzas se empieza a hablar del “nuevo Lehman Brothers”, en alusión a la entidad que entró en bancarrota en 2008 y dio el puntapié inicial para el estallido de la crisis.
Un “Lehman Brothers europeo”, dejaría al borde de la bancarrota a bancos del Viejo Continente que se encuentran en una situación de fuerte debilidad, al punto que se los ha empezado a llamar el grupo de los “zombie banks”
Lucha interimperialista
Este anuncio se conoce en momentos en que asistimos a un recrudecimiento de las rivalidades y choques interimperialistas. La sanción, que le acaba de aplicar la Justicia estadounidense se produce apenas semanas después de que a Apple se le impusiera una multa de 13.000 millones de euros en Irlanda por elusión de impuestos, y su gobierno anunciara que estaba estudiando los casos de otras corporaciones americanas. Se ha interpretado a la multa de la Justicia estadounidense contra el Deutsche como una represalia frente a esta decisión adoptada en suelo europeo. Además, los tribunales norteamericanos venían de imponerle una multa multimillonaria a Wolksvagen por infringir en sus modelos las normas ecológicas en vigencia, lo que fue interpretado como una tentativa para poner un freno a la creciente competencia alemana en el mercado yanqui. Estos hechos son una señal inequívoca del auge de las tendencias proteccionistas y de la guerra comercial creciente en el corazón del capitalismo. Muy pocas semanas atrás, se conoció la noticia sobre el fracaso de las tratativas entre Estados Unidos y Europa en torno al tratado de libre comercio que se negociaba desde hacía varios años. El Brexit se inscribe en esa misma dirección.
Crisis capitalista
El Deustsche habría conseguido reducir la multa a una tercera parte en el marco de una negociación con la Justicia estadounidense. Pero está lejos de resolver la situación comprometida del banco, porque la multa es apenas la punta del iceberg.
El Deustsche cuenta con activos totales por 1,85 billones de euros contra apenas unos 56.000 millones de capital, una relación que apenas supera el 3 por ciento. Su estructura financiera es dermasiado débil, no sólo para afrontar la amenaza de esta sanción sino cualquier mínima necesidad de saneamiento: sus activos totales multiplican casi por 40 sus recursos propios de primera categoría. Esa extrema vulnerabilidad financiera -incluso en comparación con otros bancos del continente- se ha potenciado como consecuencia de la bancarrota capitalista. Europa arrastra una recesión y está al borde de la depresión. El parate ha multiplicado la cartera de créditos de dudosa cobrabilidad o directamente incobrables. Las empresas no pueden devolver los préstamos, que se fueron incrementando vertiginosamente debido a sucesivos refinanciamientos. Según los cálculos del FMI, el monto de la los créditos con riegos de cobrabilidad se aproxima a un billón de dólares.
Los bancos italianos se hunden bajo el peso de créditos dudosos. Se estima que las necesidades de recapitalización del Unicredit y del Monti dei Paschi oscilarían entre los 85.000 y los 100.000 millones de euros. España no ha logrado revertir las secuelas de su burbuja inmobiliaria y financiera, mientras Portugal debe hacer frente al colapso del banco Santo Espirito. El sistema bancario griego está al borde del abismo, pese a los sucesivos rescates.
Este cuadro se potencia con la generalización de los intereses negativos, fenómeno que ha terminado por socavar los márgenes de rentabilidad de los bancos y pone en jaque a todo el sistema financiero. “Una de las fuentes de ingresos de los bancos consistió durante años en refinanciarse a corto plazo a tasas menores de las que exigían para prestar a largo plazo. La política monetaria del BCE puso todas las tasas muy cerca de 0% eliminando prácticamente ese negocio” (Clarín; 1/10).
El rescate
Una de las medidas a la que ha apelado la banca para contrarrestar la crisis es reducir sus costos operativos mediante recortes de personal y cierre de sucursales. El Commerzbank, el segundo banco alemán, ha despedido al 20% de su personal. Idéntica “racionalización” aplican el banco belga ING y la banca italiana. Ello ahonda la crisis social y el número de desocupados, pero no alcanza para revertir el descalabro. Las autoridades del BCE europeo plantean como salida una serie de fusiones. En esa línea , el gobierno alemán promueve la unión entre el Deutsche y el Commerzbank. Pero el remedio podría ser peor que la enfermedad, pues se trata de dos bancos en dificultades.
Este empantanamiento ha puesto en la orden del día la necesidad y urgencia de un rescate. Pero, lejos de haber un criterio común, esta cuestión ha abierto una gran deliberación en las filas de la clase capitalista. Hay quienes proponen que el Estado socorra a los bancos, y se enfrentan con aquellos quienes plantean que los platos rotos deben pagarlos los propios accionistas y acreedores. Las normas en vigencia prohíben el uso de fondos públicos para el salvataje de los bancos. Esa reglamentación, votada hace sólo dos años, fue impulsada por el gobierno alemán, que no estaba dispuesto a cargar sobre sus espaldas el rescate económico de sus socios continentales. Además, abandonarlos a su propia suerte era una vía para acentuar el copamiento económico del continente, en pos de transformar a Europa en un protectorado alemán.
La alemana Merkel y su gobierno se ven enredados en un gran dilema. Si el Estado auxilia al Deutsche, sería imposible evitar el efecto contagio, pues en la lista de espera para un rescate está anotada una parte importante de la banca europea. Por lo pronto, el premier italiano reclama desesperadamente la inyección de fondos públicos para salvar a la banca de su país.El costo de ese rescate será pagado por los trabajadores mediante el aumento de la carga tributaria, del ajuste y una mayor carestía a partir de una expansión de la emisión monetaria. Precisamente por eso Merkel evita comprometerse con un salvataje, a sabiendas del rechazo que esto provoca entre la población
Pero si no se abre la canilla, el perjuicio puede resultar peor aún. Colocar el rescate en manos de los acreedores y los depositantes sería el pasaporte seguro a una quiebra, lo cual iría de la mano de un gran despojo y confiscación de los ahorristas. La caída de un banco de semejantes dimensiones desataría una corrida bancaria ingobernable y dejaría en la cornisa al conjunto del sistema financiero. El gobierno procura eludir estas opciones extremas, pero la demora en una definición podría conducir a que la salida a ese impasse sea impuesta por los ”mercados”.
La bancarrota capitalista hace su trabajo implacable de topo y se lleva puestos gobiernos y regímenes políticos enteros. Alemania no escapa a esta tendencia. Merkel y sus gobierno deberán probar si son capaces de pilotear una crisis de esta envergadura. El derrumbe de una institución emblemática como el Deutsche es un golpe a al corazón de la Unión Europea y al conjunto de las relaciones sociales capitalistas.
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