El desempleo se convirtió en un problema de primer orden para los trabajadores uruguayos. Cerca de 150.000 trabajadores están desocupados. Desde 2014 hay 50.000 empleos menos, y 14.000 puestos de trabajo se perdieron en el último año. La agenda política de todos los candidatos -de derecha o ‘progresistas’- no se focaliza en la eliminación del desempleo. Ningún candidato que se postule como administrador del capital puede comprometerse a acabar con ese ‘problema inherente al sistema’.
El trabajo, mejor dicho el derecho a ser explotado, es el derecho básico de un trabajador asalariado en una economía capitalista. Sin embargo el capital, concebido como economía mundial, no puede garantizarlo. La crisis mundial capitalista es el telón de fondo de la creciente desocupación en Uruguay y América Latina. Como excusa es utilizada por los gobiernos y las patronales -con la complicidad de buena parte de los dirigentes sindicales- para reducir salarios y flexibilizar y precarizar a la fuerza de trabajo (mano de obra).
Cuando Astori o sectores de la burocracia sindical oficialista plantean que en la ronda de Consejos de Salario “hay que priorizar el empleo”, no se refieren a defender el trabajo frente al capital. Defender el empleo significa para ellos aceptar pautas salariales y condiciones de trabajo que implican un retroceso en derechos y conquistas. Defender el empleo o… no tener empleo, sencillamente.
Una verdadera defensa del empleo supone aumento de salario, mejora en las condiciones de trabajo y avances en derechos -y su permanencia en el tiempo-. Supone también el control y administración directa por parte de los trabajadores de toda empresa que cierre o despida. Defender el empleo no pasa por ‘gestionar’ un seguro de paro extendido para los recientemente desempleados, hasta que se termine y queden abandonados a su suerte.
Estas situaciones se han repetido en los últimos años: Fripur, Ecolat, Fanapel, Tiempost, La Spezia, Pili, Motociclo, por nombrar alguna de las empresas que han cerrado y/o despedido masivamente. Se ha dado -como en ningún otro sector- en la industria de la construcción, donde el poderoso Sunca -y no él sino por su dirección oficialista- no ha desarrollado ninguna lucha de fondo frente a los cerca de 30.000 despedidos en los últimos años. Tan sólo algún ‘amague’ de huelga y de ‘fogones’ como en la histórica huelga de 1993 ha servido para engañar a un sector de los trabajadores y a aquellos que tienen expectativas en una supuesta ‘ala de izquierda’ de la burocracia sindical.
Para que no haya despidos, o para luchar consecuentemente contra ellos, el movimiento obrero debe sacarse de arriba la loza -lápida- de las direcciones sindicales conciliadoras con las patronales y el gobierno. Si el desempleo es inherente al capitalismo, su eliminación sólo es posible con un gobierno de trabajadores. El capital en descomposición sólo supone más desocupación y pauperización, como antesala de la barbarie.
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