El escritor y cuentista uruguayo Horacio Quiroga siempre ha estado en el ojo de la polémica por los juicios críticos de sus semejantes; es muy recordada la demoledora sentencia de Jorge Luis Borges acerca de los Cuentos de la selva sobre que le parecían un mal plagio de Kipling.
Nadie va a negar, coincidiendo o no con sus opiniones, la estatura colosal de Borges no sólo como uno de los maestros del cuento del siglo XX, sino también como un inteligente y sagaz ensayista y crítico literario, debemos siempre recordar que el autor de El Aleph o de Pierre Menard, autor del Quijote también nos legó Kafka y sus precursores o Sobre los clásicos, reflexiones críticas de una brillantez inaudita que conjuga profundidad en los temas que aborda y síntesis en su expresión formal.
Por otra parte aunque nos pese reconocerlo, los cuentos infantiles a los que hace alusión Borges no son precisamente el cenit del corpus literario de Quiroga, por muchos que algunos de ellos formen parte de nuestra más tierna memoria infantil junto a Perico de Morosoli por ejemplo, la verdad es como Lenin dijo acerca de Rosa Luxemburgo: un águila puede volar bajo, pero nunca he escuchado de una gallina que pueda volar.
Precisamente Quiroga como autor quizás habrá volado bajo, por seguir con la metáfora, como en los Cuentos de la selva, sin embargo logró señorear en los cielos literarios de América Latina con Historia de un amor turbio, Anaconda, El hombre muerto, El desierto, Los desterrados, y su más célebre y popular colección de Cuentos de amor, de locura y de muerte.
Ahora bien, hace ya algún tiempo que la escritora argentina Mariana Enríquez ha apuntado sus dardos contra Quiroga en general, y contra la magnum opus del cuentista uruguayo en particular, y debemos reconocer que en varias conferencias y entrevistas la acidez de sus declaraciones nos resultan corrosivas.
¿Argumentos? Ninguno, un balbuceo errático de que los temas de Quiroga como la picadura mortal de una víbora, el asesinato de una niña por sus hermanos, o la revelación de una criatura que succiona la sangre de su víctima hasta matarla no están a la altura de considerarse terror en la estimación de Enríquez.
Por supuesto que hay distintas variantes en el género, y en el cuento en particular, desde el terror cósmico de H.P Lovecraft y Lord Dunsany hasta el terror de Poe y Maupassant, estas dos últimas, fuertes y decisivas influencias sobre Horacio Quiroga y su proyecto creador no sólo reflejado en sus cuentos sino en su famoso decálogo del perfecto cuentista .
En nuestra defensa crítica de Quiroga, quisiéramos detenernos un momento en uno de sus cuentos menos célebres y sin duda menos conocidos de Cuentos de amor de locura y de muerte como forma de desagravio de un autor que no puede defenderse en vida de las descalificaciones de Enríquez.
En El solitario estamos sin duda ante la presencia de una pequeña obra de perfección, no sólo en relación a los preceptos del propio autor en su concepción del cuento, sino con respecto al arte literario en general; esta pieza breve y concisa, cuyo tema escalofriante de un femicidio está tratado con tal maestría narrativa en el manejo de la economía verbal, tiene además una de las escenas finales más truculentas en la historia del género, generando en el lector un pathos especial.
En síntesis, Horacio Quiroga pertenece a la consagración canónica del cuento latinoamericano del siglo XX, junto a Rulfo, Borges, Cortázar, Onetti, etc, etc, Mariana Enríquez formada en el ethos italiano de la sociedad porteña y en la ideología supremacista del nacionalismo argentino, está acostumbrada como muchos de sus compatriotas a confundir la realidad argentina con la realidad total del orbe, y con respecto a este tema, por supuesto desvaloriza sin ninguna justificación la obra de un autor que sólo le sirve de mofa.
La autora es representativa de ese ser nacional que no es otra cosa que la ideología de la burguesía argentina, que cree que lo argentino es la medida de todas las cosas, el complejo de superioridad bien conocido de las minorías intensas del centro de gravedad porteño obstaculizan la vehiculización hacia un juicio razonable, al igual que en Estados Unidos como decía Galeano dónde los ciudadanos norteamericanos creen que Kansas City es el centro del mundo.
En otras declaraciones, Enríquez ha cuestionado la permanencia de Quiroga en los planes de estudio secundaria, aduciendo que el carácter perturbador de los relatos no constituyen precisamente el material más adecuado para la formación de jóvenes preadolescentes; un planteo hasta un poco ridículo por lo desactualizado, que no tiene en cuenta las diferentes mediaciones culturales, desde películas y series hasta videojuegos que resultan mucho más perturbadores de lo que la escritora argentina teme de la influencia de los cuentos de Quiroga.
En todo caso el paso del tiempo dirá si las próximas generaciones leerán la obra de Mariana Enríquez, como lo hacen después de cien años con Quiroga y si su obra resistirá la prueba canónica, que estriba exactamente en lo que el mismo Borges planteaba en el antes mencionado texto Sobre los clásicos:
Clásico no es un libro, lo repito, que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad
Borges, Jorge Luis. Obras Completas 2. Buenos Aires: Sudamericana. 2011. Impreso
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