Cuando el martes pasado el Parlamento de Gran Bretaña rechazó el acuerdo alcanzado por el gobierno de Theresa May con la Unión Europea, acerca de los términos de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (UE), la libra esterlina registró una suba de su cotización internacional – aunque desde niveles bajos. La City de Londres, el mercado internacional de capitales más importante del mundo, saludaba una derrota del gobierno, que, según opinión unánime, habría sido la más amplia de la historia. Alrededor de 170 diputados del partido oficial votaron contra el gobierno. Los operadores financieros interpretaron, sin embargo, que la derrota llevaría a la convocatoria a un nuevo referendo que cancelaría el Brexit aprobado en un plebiscito hace más de dos años. En los términos del régimen político que existe en Gran Bretaña, semejante resultado implica una crisis en la sujeción del parlamento al Ejecutivo – generando una suerte de pasaje a un sistema de asambleísmo parlamentario. Para peor, los desertores del partido oficial no coinciden entre ellos, pues se dividen por mitades entre quienes quieren un Brexit sin la condición de un acuerdo con la UE, y quienes quieren permanecer en ella.
El canciller, Phillip Hamond, un notorio partidario de la permanencia en la UE, tuvo que recordar a unos 300 financistas que reunió en sigilo al día siguiente de la derrota, que la convocatoria a un nuevo referendo, como ellos reclaman, presentaría problemas políticos serios. Por un lado, por la irregularidad que representa proceder a dos referendos eventualmente contradictorios en un lapso breve de tiempo. Por otro lado, porque podría exponer la división sobre el Brexit que existe en el seno los dos partidos principales – el Conservador y el Laborista. La propuesta de convocar a un segundo referendo podría ser derrotada en el parlamento por una unión de las fracciones de ambas fuerzas. En este marco de ingobernabilidad, dos días después, el parlamento rechazó, por una diferencia de 18 votos, la moción de desconfianza que presentó el líder del partido Laborista, Jeremy Corbyn, para provocar la convocatoria a elecciones generales. Corbyn es muy poco claro acerca del Brexit. El dirigente laborista, un firme ‘brexiteer’, ha hecho indicaciones de que estaría a favor de seguir en la UE!.
La pelota no se juega sólo en el campo británico. Gran Bretaña es un mercado importante para diversos países del continente, en especial el sector automotriz alemán. El rechazo parlamentario al acuerdo que la Comisión Europea firmó con el gobierno de May, la pone en un impasse. En opinión de algunos comentaristas, se abre un capítulo de crisis política en la UE – un bloque de 27 estados. Algunos de ellos coinciden con la posición británica en la oposición a libre circulación de inmigrantes, y varios están gobernados por fuerzas que, históricamente, han sido partidarias de salir de la Unión Europea. Incluso si esta posición ha sido modificada un poco, a partir de un frente de gobiernos derechistas que aboga por una UE federal o de ‘autonomías’, la crisis británica repercutirá en una mayor división política en el continente. Las elecciones en abril al Parlamento europeo, pondrán estas divisiones en mayor evidencia.
En grandes líneas, la salida o permanencia en la UE expone la división creciente ente la City de Londres y el resto de Gran Bretaña. La primera, sede de la banca y las finanzas internacionales, representa nada menos que un 15% del PBI del país. La valorización de la City ha ido en detrimento de las posibilidades industriales y comerciales del interior. Es cierto que el Brexit exhibe una división en la propia City, de parte de quienes quieren convertirla en un polo financiero para atraer el capital de China y desembarazarse de la supervisión de la UE. Ahora, sin embargo, en forma paralela con Estados Unidos y la misma UE, Gran Bretaña se ha lanzado a una campaña contra la penetración financiera de China en su territorio. El asunto del Brexit resume, con claridad, todo el tejido de la rivalidad capitalista. El conjunto de esta crisis se manifiesta, asimismo, en las movilizaciones de trabajadores en Francia, Hungría, Polonia – y, más allá, en China y Asia central, como en Estados Unidos y América Latina.
Aunque la desintegración del sistema político se viene manifestando en Gran Bretaña desde hace tiempo, es indudable que ha ganado celeridad. Traduce el impasse capitalista, simplemente. A las penurias que la crisis mundial y las políticas de ‘ajuste’ han causado a las masas, se suma ahora el factor estratégico de las crisis de régimen político. Tanto los partidarios de la salida de la UE como los de permanecer en ella, reclaman una ofensiva mayor contra los derechos y la organización de la clase obrera. La conjunción de una crisis por arriba y movilizaciones por abajo inicia una nueva etapa en Europa.
Es claro que la crisis planteada por el impasse del Brexit no tiene salida en el ámbito nacional. Quedarse o salir no es una opción para los trabajadores. Es todo el edificio de la Unión Europea del capital el que está en cuestión. La UE no es tampoco toda Europa, pero bajo la presión de la UE se desarrolla una gran crisis en los Balcanes y en Ucrania, y por lo tanto con Rusia. Es necesaria una deliberación política internacional de la clase obrera que desnude esta realidad y ponga en la agenda la Unidad Socialista de Europa entera.
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