Las elecciones del 27 de octubre mostraron una enorme fragmentación del régimen y los partidos políticos, que en realidad no son tales sino apenas “lemas” bajo los cuales acumulan una multitud de agrupamientos y carreristas políticos. Pese a esta disgregación política, los principales partidos están alineados con la agenda del Fondo Monetario, es decir, la reforma previsional, la reforma laboral, la limitación aún mayor al derecho de huelga. La polarización que se pretendió y pretende establecer oculta este acuerdo fundamental entre los principales candidatos.
El parlamento que surge de esta elección está claramente alineado con la política de ataque a los salarios y conquistas laborales. La pugna entre Lacalle y Martínez no puede ocultar entonces que ya está claro el carácter del nuevo gobierno en las líneas fundamentales. Existe una gran preocupación en las bases de la izquierda y del movimento obrero, en cuanto a las políticas que aplicaría un gobierno de los Lacalle, Talvi, Sanguinetti, Larrañaga y Manini Ríos. Esta coalición derechista tiene la mayoría en el parlamento (sumando incluso a las reducidas bancadas del PI y el PG).
La cúpula del Frente Amplio no apuesta a confrontar con esta coalición derechista, sino que pretende cogobernar con ella. En ese sentido, Martínez y su ahora compañero de campaña Yamandú Orsi, apuestan a entendimientos con los colorados y el propio Manini. Hay que recordar que Orsi realizó hace tiempo declaraciones favorables a la pena perpetua y los trabajos forzados, así como en favor de un supuesto “artiguismo” y “latinoamericanismo” del líder de Cabildo Abierto. Al contrario de lo que afirma Lacalle, la designación de Orsi no es un giro hacia una “izquierda dura” sino una derechización de la campaña frenteamplista. Si la presidencia quedara en manos de Martínez, el FA seguiría careciendo de mayoría parlamentaria y requeriría el apoyo de la coalición derechista para aprobar el presupuesto o las leyes fundamentales. Mientras un sector del Frente Amplio agita el peligro del neoliberalismo y hasta del fascismo para intentar arrimar votos a Martínez, el candidato del FA envía señales de que está dispuesto a acuerdos con el “neoliberal” Talvi y el “fascista” Manini. Mujica ha llegado incluso a adelantar que no votará un desafuero del ex comandante en jefe del Ejército, si este fuera solicitado por la justicia.
Mientras transcurre la campaña hacia la segunda vuelta, el gobierno ha enviado un proyecto que liquida los convenios colectivos, eliminando la ultraactividad de sus cláusulas (estas caerían al vencer el convenio) así como los acuerdos por rama (que no regirían en las empresas donde no hay sindicatos, lo que se suma a la posibilidad del “descuelgue” de las empresas en crisis). Se trata de la agenda de las cámaras empresariales que precisamente pretende llevar adelante Lacalle. Incluso antes de que se instale un nuevo parlamento más derechizado, el Frente Amplio impulsa un retroceso en la legislación laboral.
Cualquiera sea el resultado del balotaje, asistimos al fin del régimen político de contención de las masas (gobierno de colaboración de clases), y a la transición a un régimen que intentará ir a un ataque contra las conquistas obreras y populares, y que enfrentará una gran resistencia y movilización de los trabajadores. La experiencia macrista muestra los límites insalvables de estos gobiernos de derecha: en el marco de la bancarrota capitalista internacional son incapaces de abrir una salida a la crisis, y por el contrario amenazan con mayores privasiones a los sectores populares, lo que va a socavarlos y conducir a nuevas crisis. Este cambio de régimen aparece como una necesidad del capital frente al proceso de bancarrota capitalista, el fin del crédito barato, y el endeudamiento fenomenal del Estado (crecimiento de la deuda pública, y deuda del Banco Central -Letras de Regulación Monetarias-) así como del sector privado. Se han agotado las bases materiales que permitían los mecanismos de conciliación de clases, producto de que esas bases mismas constituían una fase más de la dinámica de la propia crisis capitalista sobre todo desde 2007-08, que no ha hecho más que agudizar sus contradicciones. El boom de las materias primas ha culminado y la torta será materia de disputa entre los distintos sectores capitalistas, la mayoría de ellos hoy subsidiados por el Estado, que exigen al próximo gobierno, sea del color que sea, ir a fondo para recuperar su tasa de ganancia. A su vez, el futuro gobierno deberá manejar contradicciones entre distintas fracciones capitalistas: unos reclaman devaluación (exportadores) y otros mantener la política cambiaria (capital financiero), unos reclaman más subsidios y prebendas (agro, industria) y las calificadoras de la deuda exigen reducir el déficit y garantizar el pago a los acreedores. La política del FMI conduce a una mayor recesión. No fue capaz de rescatar a la Argentina de Macri, que hoy está más fundida que nunca y amenaza al propio Fondo Monetario con la bancarrota económica y política.
El avance electoral de la derecha es el resultado de las políticas aplicadas por el mal llamado “progresismo”. Pese a contar con mayoría parlamentaria durante quince años, y con gobiernos similares en otros países del continente, el Frente Amplio no introdujo ninguna transformación social progresista. En quince años la deuda externa aumentó (es la deuda per cápita más grande de América Latina), la tierra se concentró en menos manos, y la economía depende cada vez más de la exportación de materias primas, desindustrializando el país y precarizando el empleo. Los jefes del Frente Amplio desmoralizaron a su base y provocaron un enorme desencanto, lo cual fue explotado por la derecha. Sin embargo, los partidos tradicionales también están desprestigiados, lo cual se expresa en que no sólo no capitalizaron la caída del FA sino que también acompañaron su caída. El gran beneficiado es un general que es visto como un ‘outsider’ del sistema político, que fue encumbrado en el Ejército por Mujica, Fernández Huidobro y Tabaré Vázquez pese a su carácter notoriamente reaccionario. La persistencia de unos mandos militares derechistas, continuadores de los golpistas, cuyos crímenes de lesa humanidad niegan, es el resultado de la política de impunidad que generaron blancos y colorados y mantuvieron los gobiernos frenteamplistas.
En materia represiva, el FA tampoco constituye una verdadera oposición al campo conservador y reaccionario. De hecho un gobierno de Lacalle contaría con el reforzamiento de las fuerzas represivas, con una guardia militarizada, y con todo el andamiaje jurídico ya establecido por parte del progresismo; prohibición de ocupación de edificios públicos, decreto anti-piquetes, ley antiterrorista, es decir todo un paquete para la represión a la protesta social. La derecha blanqui-colorada-cabildante apuesta a profundizar este curso represivo y reaccionario.
A la izquierda del Frente Amplio no ha surgido una alternativa política; por el contrario, tanto la UP como el PT cayeron respecto a su votación de 2014 (la UP perdió su único diputado). Es evidente que una parte de los ‘desencantados’ terminó votando por Martínez ante el temor de un triunfo derechista. Es necesario un balance riguroso y un debate estratégico en el seno de los luchadores de izquierda.
Por el momento el desencanto ha sido aprovechados por la derecha. Sin embargo, todo el escenario es volátil, y estos resultados están indicando solamente una fotografía. Por eso, un futuro triunfo derechista tiene mucho de ficticio, y deberá probar que es capaz de cumplir las demandas del capital sin generar un estallido popular, algo en lo que sus socios vecinos han fracasado.
Las marchas masivas contra la “Reforma del Miedo” (que fracasó en las urnas), así como en contra de UPM2 y en solidaridad con Chile, muestra una tendencia a la movilización que se va a mantener y profundizar ante los ataques del futuro gobierno contra los explotados.
Quien crea que con esta elección la burguesía retoma la iniciativa contra los trabajadores, y podrá llevar adelante sin sobresaltos la agenda del FMI, no está visualizando la envergadura de la crisis de conjunto (económica, social, política) que recorre a América Latina y el mundo. El estallido popular en Ecuador, la rebelión del pueblo chileno, la caída del presidente haitiano y del gobernador de Puerto Rico, la derrota de Macri, la movilización de los “chalecos amarillos” contra Macrón y la propia crisis del gobierno norteamericano, no son hechos aislados. De la bancarrota de los Estados (incapaces ya de seguir rescatando a los banqueros y corporaciones con los mismos métodos que usaron hasta ahora) se ha pasado a la crisis de los regímenes políticos, y cada vez más al levantamiento de los pueblos explotados.
La posibilidad de un triunfo inminente de la derecha ha generado una gran preocupación y deliberación. Sin embargo, el apoyo a Martínez no resuelve nada: aún en el caso en que triunfara no conduciría a una salida, sino a un cogobierno con la derecha, para llevar adelante la agenda fondomonetarista. El PT declara que no da el menor apoyo político a ninguno de los dos candidatos que compiten en el balotaje por lo que votará en blanco.
El Partido de los Trabajadores planteó durante la campaña electoral que nada iba a ser resuelto ni por la primera ni por la segunda vuelta, sino que era necesario preparar a la clase obrera y el pueblo explotado para librar la tercera vuelta: la de la lucha contra los planes del FMI y por un programa de reivindicaciones obreras. Sólo por esa vía de movilización independiente de los trabajadores será posible derrotar a la derecha, a las cámaras empresariales y al FMI, y preparar la lucha por un gobierno de trabajadores.
Redoblamos este llamado y el compromiso del PT de impulsar una intensa deliberación de los trabajadores y militantes de izquierda. La perspectiva que se abre exige la convocatoria de asambleas populares, de un congreso de trabajadores para preparar la lucha y hasta la huelga general contra las reformas reaccionarias del futuro gobierno: Fuera el FMI! Que la crisis la paguen los capitalistas y no los trabajadores! Mirémonos en el espejo de Chile! Preparemos la lucha por una América Latina unida bajo gobiernos de trabajadores.
5 de noviembre |2019
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