En medio de un día intenso, militante, me sorprende el fallecimiento del Flaco Viglietti. Compañeros de todos los pelos de la izquierda propagan la noticia. Pasa todo, de aquel que lo recuerda -y se recuerda a sí mismo- como un tipo/a de izquierda, aunque haya abandonado el socialismo hace rato. El típico “progre” que arrió las banderas hoy llora al Flaco, porque le hace acordar a “aquellos tiempos”. Tiempos de asambleas, de mate y tabaco, del apoyo incondicional a las luchas de obreros y estudiantes. El Flaco Viglietti, para muchos, es el hombre o mujer de izquierda que alguna vez fue.
Pero hoy quiero reivindicar a todos los que nacieron a la vida militante con “Canciones Chuecas”, a todos los que no pueden vivir sin pensar y construir en y para el socialismo, a esos que van a seguir cantando que “se precisan niños para amanecer”. Para ellos se va un Daniel Viglietti distinto, aquel que entregó su canto en las ocupaciones obreras y estudiantiles, el preso, el exiliado.
Cada uno llora, recuerda, o extraña a su manera al Flaco. Como bolchevique leninista, me quedo con el Viglietti que entonaba “Cantaliso en un bar” de Nicolás Guillén, que decía: “no me paguen porque cante, lo que no les cantaré, ahora tendrán que escucharme todo lo que antes callé”. ¿Por qué? Porque por suerte somos muchos a los que no van a poder comprar, como a Cantaliso. Por el Viglietti que le cantó a la revolución y al socialismo: ¡de pie!
Salud Daniel! Hasta la victoria, siempre.
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