Centenario de la revolución alemana parte #3
El viraje de 1917
El año 1917 marca un viraje profundo en el curso de la guerra, tanto en los escenarios bélicos como sobre todo por el clima político y social en los Estados que la estaban llevando adelante. Las enormes pérdidas de vidas humanas durante las batallas de 1916 produjeron un tremendo efecto, especialmente en Alemania donde como venimos analizando la situación social se deterioraba en la retaguardia pero también comenzó a afectar al frente. Los altos mandos alemanes Ludendorff y Hindenburg veían como alternativa buscar la paz inmediatamente mientras Alemania contara aun con algunas ventajas territoriales que negociar o lanzarse a la guerra submarina para quebrar el bloqueo naval inglés (Tarle, p.385).
Se aplicaron en forma sucesiva. Alemania hizo un llamado formal a la paz en diciembre de 1916 que fue rechazado por los aliados y se lanzó a la aventura de la guerra submarina sin restricciones desde comienzos de 1917, que no solo fracasó en quebrar el bloqueo sino que le dio al presidente Wilson, de Estados Unidos, el pretexto justo para justificar ante su población sumarse a los aliados y declararle la guerra a Alemania en abril de 1917. Naturalmente que los yanquis ya tenían decidido intervenir. El desgaste sufrido por las potencias europeas hasta entonces y su enorme capacidad industrial le permitían colocarse como un protagonista decisivo de la posguerra.
La Revolución Rusa, las huelgas de abril en Berlín y la agitación en la flota alemana
Pero el hecho que marcó el viraje fue la Revolución Rusa de febrero de 1917, marzo según el calendario occidental. La caída del zar, la formación de los soviets, la comprobación de que las penurias de la guerra tenían su efecto en la conducta de las grandes masas y podían desembocar en una Revolución que liquidó en una semana a un régimen milenario, provocaron una profunda impresión en todos los países beligerantes.
En Alemania, como señalamos en la nota anterior, entre enero y marzo se formó el Partido Socialdemócrata independiente que representó, aun con todas sus limitaciones la puesta en pie de una nueva organización que ponía sobre el tapete el debate sobre la necesidad de un partido revolucionario. Un informe del prefecto de policía al comandante militar de Berlín, fechado el 23 de febrero de 1917, declaraba: “Actualmente, casi todos los militantes sindicales metalúrgicos que se imponen en las fábricas, son miembros de la oposición, y una gran parte del grupo Espartaco que ha tomado por consigna “Poner fin a la guerra mediante las huelgas” (Broue, p. 61).
La influencia de la Revolución Rusa multiplicó la agitación de los sectores más radicales de la oposición socialdemócrata. El llamado a una paz sin anexiones que el gobierno provisional declamaba (aunque trataba de continuar la guerra por sus compromisos con los imperialistas aliados), tenía impacto en las masas. En abril se desarrolla en Berlín una masiva huelga impulsada por los “delegados revolucionarios” que engloba a más de 300 mil obreros. Aunque sus reclamos son inicialmente reivindicativos (mejoras en el abastecimiento sobre todo), una huelga paralela en Leipzig, donde lideraban los sectores más radicales agrega reivindicaciones políticas: una declaración del gobierno en favor de una paz sin anexiones, la supresión de la censura y el levantamiento del estado de sitio, la abolición de la ley de movilización del trabajo, la liberación de los presos políticos, la introducción del sufragio universal en elecciones a todos los niveles. En Berlín se debate sumar los reclamos de Leipzig. La burocracia y la dirección del partido socialdemócrata asumen formalmente la huelga, y maniobran para levantarla sin que se incluyan las reivindicaciones políticas y con algunas concesiones menores. Pero no logran derrotarla. Una valla había sido superada. Las masas habían librado su primer combate. Los socialdemócratas independientes habían ganado un gran prestigio. Aparecían a los ojos de las más amplias capas como los campeones de una lucha de masas por la paz, revolucionaria a causa de las condiciones en las que era llamada a desarrollarse. En numerosas fábricas se lanzó la consigna de formar consejos obreros como en Rusia.
Entre junio y julio un movimiento se pone en marcha entre los marineros de la flota anclada en Kiel. Forman una liga clandestina de marinos y soldados que llega a agrupar a cinco mil miembros. Se dirigen a los dirigentes independientes para que les den orientación. Estos parlamentarios con nula experiencia en trabajo clandestino terminan poniendo en peligro el movimiento que se desenvuelve con acciones de masas pero son duramente reprimidos. Los líderes son ejecutados en septiembre de 1917. Algunas semanas más tarde, Lenin escribe que este movimiento revolucionario marca “la crisis de crecimiento de la revolución mundial”, y constituye uno de los “síntomas de un despertar de la revolución, a escala mundial”. En realidad, la tragedia que llegará a Alemania está inscrita por completo en este drama, el contraste entre la voluntad de acción de los jóvenes trabajadores con uniforme y la incapacidad de “los jefes” que deberían liderarlos (Broue, p. 67).
La Revolución Rusa provoca también un debilitamiento de la guerra en el frente oriental. El gobierno francés, preocupado por esto, con los ingleses concentrando sus energías contra el gobierno turco, y los Estados Unidos sin pesar en la batalla, inicia una ofensiva sobre las líneas alemanas en abril de 1917 que tiene el mismo efecto que la batalla de Verdun del año anterior. Miles de muertos, heridos y prisioneros de ambos bandos y ninguna ventaja militar. Pero la revolución rusa también impactó en Francia. Entre mayo y junio estallan motines e insoburdinaciones en el ejército francés y se convocó a la formación de consejos de soldados. Una intensa agitación recorrió al ejército. Las autoridades prefirieron no enfrentarlo abiertamente sino aplicar una represión selectiva y tratar de controlarlo, lo que lograron hacia fines de junio (Tarle, p. 446).
La Revolución de Octubre y la agitación obrera en Alemania y Austria-Hungría
Cuando en noviembre de 1917 los bolcheviques toman el poder, hacen un llamamiento por la paz y contra la guerra. A poco comienzan las negociaciones en Brest Litovsk. Los bolcheviques, con Trotsky a la cabeza de la delegación, han sabido utilizar las conversaciones como una tribuna desde donde los trabajadores rusos llaman en su socorro a sus hermanos de los países beligerantes, que tiene un enorme impacto en los imperios centrales, Alemania y Austria-Hungría. La llamada es escuchada: el 14 de enero de 1918 estalla la huelga en la fábrica de municiones, en Budapest. En unos días se extiende a todas las empresas industriales de Austria y de Hungría.
En este clima se celebra, el domingo veintisiete de enero, la asamblea general de los torneros de Berlín. A propuesta de Richard MüIler, decide por unanimidad desencadenar la huelga al día siguiente, y celebrar asambleas generales que elegirán a los delegados. Estos delegados se reunieron en la sede de los sindicatos y designaron la dirección de la huelga: las lecciones de abril de 1917 no han sido olvidadas. El 28 por la mañana, hay 400.000 huelguistas en Berlín y las asambleas generales previstas se celebran en todas las fábricas, donde torneros y delegados revolucionarios obtienen aplastantes mayorías. Se reúnen los cuatrocientos catorce delegados, elegidos en las fábricas. El número de huelguistas llega a 500.000. Los socialdemócratas de la mayoría intervienen para frustrar el movimiento. En sus memorias el dirigente socialdemócrata Ebert, futuro presidente de la república burguesa reconoce su rol: “En las fábricas de municiones de Berlín, la dirección radical había tomado las riendas. Algunos afiliados a nuestro partido fueron obligados por los radicales a dejar el trabajo atemorizados y vinieron al ejecutivo a suplicar que se enviasen algunos miembros a la dirección de la huelga (…) Yo entré a la dirección de la huelga con la intención bien determinada de ponerle fin lo más deprisa y evitar así al país una catástrofe”. En una escala ampliada, las maniobras de abril de 1917 para hacer retroceder la huelga.
Para Richard Müller y sus camaradas, no queda más que batirse en retirada, reconociendo la derrota. Para una minoría revolucionaria, esta derrota es rica en enseñanzas. Richard Müller escribe que el sentimiento dominante entre los proletarios era: “Nos hacen falta armas. Nos hace falta hacer propaganda en el ejército. La única salida es la revolución”. Los espartaquistas han lanzado, durante el movimiento ocho volantes de veinte a cien mil ejemplares cada uno, lo que constituye un verdadero record para una organización ilegal. Sin embargo, toman conciencia de que no están suficientemente organizados ni claramente orientados. Jogiches, uno de sus principales dirigentes escribe: “parece que ha habido entre los delegados (…) muchos de nuestros partidarios. Sólo que estaban dispersos, no tenían un plan de acción y se perdían entre la muchedumbre. Además, la mayor parte de las veces, ellos mismos no tuvieron perspectivas claras (Broue, p.69-73).
La paz de Brest Litovsk y el nuevo fracaso de la ofensiva alemana en Francia
Con una rápida ofensiva sobre el frente ruso los alemanes logran imponerle a los bolcheviques la paz de Brest Litovsk el 3 de marzo de 1918, por la cual desprenden de Rusia enorme territorios (Ucrania y los países bálticos, entre otros). La paz produce un doble efecto. Por un lado facilita la disponibilidad de las tropas alemanas en el frente occidental (Francia). Pero al mismo tiempo pone de relieve ante las masas tanto de Alemania como de los demás países beligerantes que el imperio alemán lleva adelante una guerra de conquista, de anexiones.
Envalentonados con sus conquistas y presumiendo por demás de los beneficios que les reportarían los granos y otras exacciones de Ucrania y los territorios ocupados (que finalmente no fueron tantos), el alto mando alemán lanzó una nueva ofensiva sobre el frente occidental. Una vez más a mediados de marzo oleadas de soldados alemanes son lanzados sobre las fortalezas francesas. Hasta junio obtuvieron algunas victorias aunque ninguna decisiva. En julio comienza la segunda batalla del Marne pero en agosto el ejército francés retoma la ofensiva. El ingreso masivo de los tanques, esa nueva maquinaria infernal que Estados Unidos produce masivamente termina por desbalancear los combates. A partir de entonces, la derrota alemana es sólo cuestión de tiempo.
En la próxima nota: “la revolución marcha más rápido que los revolucionarios”.
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BIBLIOGRAFIA
Eugene Tarle, Historia de Europa, Ed Futuro, 1960
Pierre Broue, Revolución en Alemania
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