Rafael Fernández
El destino de Cuba está –desde siempre– indisolublemente unido al de la revolución latinoamericana. La Cuba de 1959 no era una «excepción» sino la «vanguardia» de un proceso revolucionario continental (Guevara). Aislada de ese proceso, la revolución cubana iba a un impasse histórico, como inmediatamente lo advirtió la joven dirección revolucionaria que impulsó la lucha armada en la mayor parte del continente, intentando abrir una salida. La burocracia rusa –y sus apéndices “comunistas” en cada país– se vieron desafiados y amenazados de ser sobrepasados. El punto culminante de este choque político se produjo cuando se convocaba en Cuba a la Conferencia Tricontinental y a la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad), lo que generó un gran disgusto en Moscú. Tras la caída del Che en Bolivia, nuevamente se tensaron las relaciones entre la burocracia de la URSS y el castrismo.
El recurso al «foco» armado demostró no ser idóneo para desarrollar la revolución y romper el aislamiento. Las guerrillas fueron en general diezmadas por el aparato represivo y el imperialismo, mientras el estalinismo mantenía su control sobre el movimiento obrero.
Ya a fines de los ’60, la dirección cubana se orientaba a buscar apoyo en gobiernos nacionalistas militares (como Velazco Alvarado en Perú) y la Unidad Popular chilena (la llamada ‘vía pacífica al socialismo’), al tiempo que cerraba filas con la burocracia moscovita que aplastaba la “Primavera de Praga”.
El triunfo de la contraofensiva del imperialismo, que produjo un verdadero genocidio e instaló dictaduras contrarrevolucionarias en la mayor parte de los países (Brasil, Bolivia, Uruguay, Chile, Argentina), profundizó el aislamiento de la revolución. Los líderes cubanos avanzaron en su acercamiento a Moscú, convencidos que la revolución no era viable por todo un período en América Latina. Después de la derrota yanqui en Vietnam, el triunfo de las revoluciones en Irán y Nicaragua, el panorama de la lucha de clases mundial cambiaba, pero las burocracias rusa y china se acercaban al capital financiero internacional. La “revolución cultural” en China y las tentativas frustradas de reformas y revoluciones políticas en Europa del Este (Polonia, Checoslovaquia) asustaron a estas burocracias, que se apoyaban crecientemente en el imperialismo.
La época de la ofensiva neoliberal, con los Reagan y Tatcher a la cabeza, que incluyó la invasión a Granada y el armamento de la «contra» en Centroamérica –reforzando los regímenes de Honduras y Salvador– contra el sandinismo, llevó a una nueva etapa de excepticismo en la revolución, tras un breve entusiasmo en un posible triunfo del FMLN en Salvador. En los ’80, Fidel Castro pasará a proponer un gran frente de gobiernos y partidos en toda América Latina (y el Tercer Mundo), afirmando que la «revolución social» no es solución a los problemas (entrevista en periódico mexicano Excelsior). El eje de este “frente popular internacional” sería el reclamo de la cancelación de la deuda del Tercer Mundo, que debía financiarse con la reducción de los gastos militares de las potencias acreedoras, y la constitución de un «Nuevo Orden Económico Internacional». Si Castro había pasado a la historia con la frase «el deber de todo revolucionario es hacer la revolución», y Cuba desafió la concepción de la «revolución por etapas» afirmando que la vía para el desarrollo era la revolución socialista, el líder cubano llegaba ahora a plantear exactamente lo opuesto: «es una hora de liberación nacional de los pueblos de nuestro hemisferio y de acumulación de fuerzas», «no debo ser yo quien me ponga a estar pregonando el socialismo, porque entonces vamos a asustar a los burgueses y vamos a ayudar a Estados Unidos, vamos a ayudar al imperialismo». Castro pasaba a defender abiertamente el planteo “etapista” de cuño estalinista. «No me parece que cuando estamos haciendo un llamamiento de unidad para una gran batalla en torno a estos temas, nosotros debamos poner el énfasis en la revolución social». A quienes cuestionaban este planteamiento, respondía: «Usted no puede construir el socialismo si no es independiente». Exactamente la antítesis del planteo original, que sostenía que sólo a través de la revolución socialista se puede conquistar la independencia real de estos países. El Che lo dejó muy claro cuando denunció la incapacidad histórica de la burguesía nacional para enfrentar al imperialismo, y afirmó categórico: «o revolución socialista o caricatura de revolución».
El gran frente contra la deuda externa, que incluía a las burguesías del Tercer Mundo, se demostró como una completa fantasía. Castro creía que los gobiernos burgueses podrían enfrentar a la banca usurera porque sino la alternativa era su suicidio políticos y los «estallidos sociales». En 1989, el «Caracazo» iniciaba la etapa del derrumbe de los partidos históricos de la burguesía en América Latina. Los partidos burgueses elegían antes el «suicidio político» que el enfrentamiento al capital financiero, al cual estaba ligada la burguesía “nacional”, porque ésta temía aún más a la «revolución social».
Cuba defendía con esta orientación el statu quo, el mismo derrotero que había recorrido la burocracia rusa anteriormente, pero esta política era cualquier cosa menos realista. Sin revolución socialista no sólo no se iba a avanzar en la emancipación nacional del Tercer Mundo, sino que además se iba a profundizar el impasse de los regímenes burocráticos basados en la expropiación del capital. Sin revolución social en todo un período histórico, los Estados obreros burocratizados profundizarían su entrelazamiento con el capitalismo mundial. Las tentativas de salir del impasse con una apertura controlada al capital (fundamentalmente extranjero) abrían el camino a la restauración capitalista. Cuba intentó llevar adelante estos experimentos y al mismo tiempo evitar un cambio de régimen político, pero el impasse se mantuvo. La apertura al capital no abrió una salida.
La comparación de todas estas medidas «aperturistas» con la NEP (Nueva Política Económica aprobada por Lenin y Trotsky en la URSS en 1921) no resiste el menor análisis. La NEP era un paso atrás que se daba a la espera del auxilio de la revolución internacional. Los bolcheviques no creían en la fantasía (luego proclamada por Stalin) del «socialismo en un sólo país», ni mucho menos en que el desarrollo pudiera venir de la mano de las inversiones extranjeras. La NEP era una política que debían aceptar, obligados por las circunstancias de la relativa estabilización del capitalismo mundial y la demora de la revolución en Europa, no una perspectiva de desarrollo «nacional» en los marcos de la URSS. La «NEP cubana» es exactamente lo opuesto, porque el castrismo ya no espera el auxilio de la revolución latinoamericana y mundial.
Si las medidas «aperturistas» de Raúl Castro llevaran al reingreso de Cuba a la OEA, sería declarar definitivamente clausurada la lucha contra el imperialismo, y la revolución e incluso la unidad latinoamericana. La OEA fue denunciada como el «ministerio de colonias» de los EE.UU., la burguesía latinoamericana (incluidos los gobiernos nacionalistas y centroizquierdistas) ha sido incapaz de constituir un organismo independiente y de romper con la OEA (la Unasur, el Alba, son paralelos y no rivales de la OEA). La incorporación de Cuba a la OEA, avalando el «panamericanismo», enterraría definitivamente el planteo de la unidad latinoamericana en oposición a los yanquis.
Lo mismo vale para un posible ingreso al Mercosur, que es una integración capitalista (y semicolonial) al servicio de los grandes monopolios instalados en la región. Esa integración sólo aceleraría la restauración capitalista y terminaría convirtiendo a Cuba en una colonia. La salida, es la lucha por la unidad socialista de América Latina. La salida para Cuba está, como al principio, íntimamente ligada a la revolución latinoamericana. Pero la «izquierda» de América Latina se ha integrado mayoritariamente al capitalismo y a la defensa del propio régimen semicolonial, incluyendo en particular el pago de la deuda externa –que es mucho más fabulosa que en 1985. Latinoamérica es más dependiente que nunca de las materias primas, y el derrumbe de los precios y de la demanda de estas commodities abre una nueva etapa, que provocará estallidos y crisis políticas. Quienes gobiernan ahora son los supuestos aliados de Cuba, los nacionalistas y centroizquierdistas que eran «oposición» a los partidos burgueses tradicionales. La crisis de estos regímenes «amigos» es inevitable. La pregunta es si de esta crisis saldrá reforzada la derecha, o si se pondrá en pie una alternativa obrera y socialista.
Para romper el aislamiento a la revolución cubana (y no sólo el bloqueo económico) es necesario reconstruir la izquierda en América Latina, en términos anticapitalistas y socialistas, como parte de la lucha por poner en pie una Internacional Obrera y Revolucionaria.