Se están cumpliendo en estos días los cien años de dos acontecimientos íntimamente ligados. El fin de la Primera Guerra Mundial y la revolución que estalla en esos mismos días en Alemania.
La Primera Guerra Mundial
El enfrentamiento entre los dos bloques imperialistas, el liderado por Alemania, de un lado, y el bloque anglo-francés, por el otro, se venía gestando desde los primeros años del siglo XX. Alemania, cuya industria había tenido un impresionante desarrollo a fines del siglo XIX y la primera década del siglo XX, había llegado tarde al reparto colonial, acaparado mayoritariamente por Gran Bretaña y Francia, y pretendía conquistar la primacía europea y un nuevo reparto colonial. Los líderes de las potencias imperialistas se habían ocupado en los años previos a la guerra de atraer en su favor a los dirigentes no sólo de las capas medias sino también de las organizaciones obreras, con ciertas concesiones a las masas y prebendas a los dirigentes. Esto fue muy acentuado, tanto en Gran Bretaña y Francia como en Alemania y Austria.1
Por el equilibrio de fuerzas a mediados de 1914, el mando militar y político alemán estimó que tomar la iniciativa de las acciones bélicas en ese momento, le permitiría un rápido triunfo sobre Francia (y luego sobre Rusia), antes que Francia completara un nuevo reclutamiento decidido a mediados de 1913 y que Gran Bretaña pudiera organizar su intervención terrestre en Europa continental. Al plan se lo conocía como Schlieffen (por el militar que lo había diseñado) y proponía lanzar todas las fuerzas militares sobre Francia pero a través de Bélgica (contando con las escasas defensas que Francia tenía en la frontera belga, hasta entonces país neutral). Según ese plan, en ocho semanas, ocuparían París, logrando la rendición francesa. Esto explica la rápida escalada alemana desde que, a fines de junio de 1914, un nacionalista serbio asesinó al heredero austríaco en Sarajevo. No importaba a los círculos dirigentes alemanes que, aunque demorara un tiempo, su conducta agresiva se hiciera pública y eso afectara el apoyo popular a su estrategia y ayudara, por el contrario, a sus adversarios a fortalecer su frente interno. En sus cálculos, el rápido triunfo en una guerra “rápida y alegre” justificaría a posteriori, el riesgo asumido. “En Alemania casi todos creían en ese plan, comenzando por los conservadores y terminando por los socialdemócratas, (…) lo que más se conocía del plan era una sola cosa: que en pocas semanas la guerra estaría terminada. Esta idea parecía hipnotizar a generaciones enteras”2.
La socialdemocracia alemana apoya la guerra
Declarada la guerra en los primeros días de agosto, la Cámara de Diputados alemana (Reichstag) se reunió, el 4 de agosto, para votar el presupuesto de la guerra. La bancada socialdemócrata estaba dividida sobre cómo votar. La dirección impone su postura de votar a favor por 78 votos contra 14 que incluían tanto a la izquierda del partido (Karl Liebknecht y Otto Ruhle) como a diputados del centro referenciados en Kautsky y liderados por Hasse y Ledebour. La minoría acata la votación y vota el presupuesto de guerra. Liebknecht, como veremos, se arrepentirá al poco tiempo de haber acatado a la mayoría. La noticia provoca una conmoción en el movimiento socialista internacional. La socialdemocracia alemana era el partido más importante y hasta cierto punto una guía para el resto. Lenin, cuando recibe el ejemplar del diario socialdemócrata, lo considera inicialmente como una falsificación del gobierno alemán. Pero no era un caso aislado. Si bien el apoyo a la guerra del laborismo inglés, que no formaba parte de la Internacional, era más previsible, los grandes partidos europeos, el francés y el austríaco se encolumnaron detrás de sus burguesías imperialistas y apoyaron la guerra. Sólo una minoría, los bolcheviques en Rusia y minorías de los otros partidos denunciaron esa traición de los principales dirigentes de la Internacional. En Francia, incluso, el principal dirigente socialista, Jean Jaurès, que venía denunciando firmemente los preparativos bélicos, fue asesinado, el 31 de julio, por un terrorista de derecha. Su funeral, con participación del gobierno y de todo el parlamento, terminó siendo un acto de “unidad nacional”.
El fracaso de la ofensiva alemana
Inicialmente, la campaña alemana sobre Francia marchaba según lo planificado. En diez días, Bélgica fue ocupada por los alemanes que marcharon hacia París. Las primeras batallas les fueron ampliamente favorables. El 3 de septiembre, el presidente y los ministros abandonaron París y se trasladaron a Burdeos. La noticia de los éxitos alemanes, “exagerados y magnificados… generaron una indescriptible excitación, se esperaba, de hora en hora, la noticia de la caída de París”. Pero el 4 de septiembre comenzó una contraofensiva francesa que se extendió, obligando a los ejércitos alemanes a retroceder y atrincherarse. Los franceses que los perseguían se atrincheraron frente a ellos y comenzó la larga guerra de posiciones. La batalla del Marne tuvo enormes consecuencias.
No sólo fue el descalabro del Plan Schlieffen. Retrospectivamente, muchos expertos militares alemanes consideraron que la guerra se perdió cuando fueron arrojados del Marne3. Para el dirigente espartaquista, Paul Fröhlich, la derrota del Marne “había determinado, no sólo la suerte de una batalla cualquiera sino de toda la guerra de conquista”.4 Comenzó la guerra de agotamiento, y en ese terreno los recursos del bloque anglo-francés, con sus posiciones en los cinco continentes, eran muy superiores a las de Alemania.
Comienza la resistencia
El firme dominio de la dirección socialdemócrata dificultó inicialmente las expresiones contrarias a la guerra, pero en aquellas secciones donde la oposición de izquierda ejercía posiciones dirigentes y contaba con medios de prensa comenzaron a publicarse críticas a la guerra. En Brunswick, en Stuttgart, en Bremen y en Leipzig. También en un distrito de Berlín comienza a aparecer la primera publicación clandestina.
Pero “los revolucionarios alemanes se encontraban en un estado de atomización total. Iban a aprender, a su propia costa, que en un partido al que todavía consideraban suyo, podían recibir una represión que doblaba la del Estado y su policía. Ya la prohibición, dictada el 1° de agosto, de toda manifestación y reuniones públicas, trazaba un marco general impidiendo la expresión política de los adversarios de la guerra. El ejecutivo del partido iba a extender este estado de sitio al mismo partido”5. La oposición dentro del Partido estaba compuesta de muy diversas posturas. En los primeros meses, Rosa Luxemburgo convoca a un conjunto de dirigentes opositores para emitir una declaración contra la guerra, pero tiene que renunciar al intento. Las reuniones que organizan los opositores son prohibidas por la policía y/o por el Partido. Los órganos de prensa en manos de los opositores son clausurados por las autoridades o cerrados por la dirección del Partido.
“Para los más lúcidos de la oposición se hace rápidamente evidente que se emplearán todos los medios para amordazarlos, y que no se les dará ninguna posibilidad de dirigirse a la base”6. Entonces Liebknecht toma una decisión que para él es dolorosa, votará en contra de los créditos de guerra, en contra de la decisión del Partido. Reunido con los demás diputados que están en contra, en un tenso debate, no logra en ese momento convencer a ningún otro y vota en solitario, el 3 de diciembre, contra los créditos de guerra. A pesar de exceder la edad, es incorporado al ejército en febrero. En mayo redacta su famoso volante donde afirma: “El enemigo principal está en nuestro propio país”, que Lenin destacará como la fórmula revolucionaria por excelencia frente a la guerra. Rosa Luxemburgo es detenida en febrero. El ejemplo de Liebknecht impacta. En marzo de 1915 ya son más de treinta los diputados que no están de acuerdo en votar los créditos de guerra y la dirección del Partido tiene que aceptar que se abstengan. Sólo dos votan en contra.
El “bloqueo del hambre”
A pesar de algunos éxitos militares alemanes durante 1915, en el frente oriental y los Balcanes, Alemania tiene claro que sus aliados (Austria, Turquía y Bulgaria) deben ser apoyados material y militarmente para que puedan continuar la guerra. Y lo que es más grave, Gran Bretaña puso en marcha un cerrado bloqueo marítimo que impide a Alemania abastecerse de ultramar. Las condiciones de vida en Alemania se deterioran aceleradamente y, si bien en 1915 todavía no es tan acentuado, el racionamiento comienza a hacer estragos en el ánimo de la población y alienta la resistencia obrera. El pan está racionado desde febrero; después toca a la grasa, la carne, las papas. El invierno de 1915/1916 es el terrible “invierno de los colinabos (por coles y nabos)”.
En diciembre, el Reichstag aprobó la ley de movilización, que ataba al trabajador a la empresa. Todo hombre no reclutado debe presentar una cartilla de trabajo. No les queda nada a los proletarios alemanes de sus conquistas, de sus libertades, aquéllas que sus dirigentes les habían invitado a defender por medio de la guerra y, a pesar de la represión, su cólera se manifiesta cada vez más frecuentemente.
Zimmerwald
En setiembre de 1915 se reúne, en la localidad suiza de Zimmerwald, la Conferencia socialista internacional contra la guerra, convocada por socialistas italianos y suizos. Lenin y un pequeño grupo de delegados forman la izquierda de Zimmerwald, que no sólo denuncia a la derecha socialdemócrata, social-patriotera, sino que denuncia al centro cómplice y encubridor. De los diez miembros de la delegación alemana, la más numerosa, dos votan con Lenin y el resto con una mayoría que resiste a romper con el centro. De todos modos, se acuerda una declaración que es repartida en volantes en Alemania en cientos de miles, causando una gran conmoción, y en especial un volante conjunto de las delegaciones alemana y francesa.
En la próxima nota analizaremos los sucesos que van preparando la revolución de noviembre de 1918.
1. Ver E. V. Tarle: Historia de Europa, Ed. Futuro, 1960, Cap. V y VI.
2. Idem, pág. 275.
3. Idem, págs. 356/7.
4. Paul Fröhlich: Para la historia de la revolución en Alemania, T. I., pág. 105.
5. Pierre Broue: Revolución en Alemania, pág. 35.
6. Idem, pág. 36.
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