El gobierno de facto de Bolivia había suprimido el conteo rápido de los votos para que la victoria del MAS diluyera su impacto político mediante el retraso de la información. La anulación del conteo lo había decidido la Justicia Electoral con el pretexto de evitar lo que denominó los “fraudes” en la elección frustrada del año pasado, que luego fueron desmentidos por numerosos organismos internacionales. Pero la realidad pudo más que el manejo de los aparatos, pues fue la propia presidenta de facto la que se vio obligada a adelantar la victoria de Luis Arce y el MAS ante la evidencia apabullante que salía de las urnas. La diferencia entre el primero y el segundo, Carlos Mesa, que las encuestas habían puesto en diez puntos o menos (entre 40-31 o 35) resultó en un distanciamiento del MAS por veinte puntos – 53% para Arce y 34 para su escolta. Ha sido, literalmente, un “Masazo”. Si estos porcentajes se mantienen para la elección legislativa, el MAS volvería a obtener mayoría en ambas cámaras de la Asamblea Nacional.
A su modo, los resultados ponen de manifiesto una tendencia más general, no solamente en América Latina sino incluso internacional. El domingo que viene, para no ir más lejos, el Apruebo derrotará con holgura al Rechazo en el plebiscito convocado en Chile. No solamente habrá una Convención Constituyente, contra la voluntad del gobierno, lo cual representa un referendo para poner fin a Piñera; también ganará la opción de una Asamblea ciento por ciento electa, en oposición a la boleta que propone que la mitad de ella provenga del Congreso en funciones. El domingo pasado, contra la opinión de los agoreros, se produjo una movilización de masas enorme, para celebrar el levantamiento popular del 18 de octubre del año pasado. Dentro de diez días el propio Trump perderá las elecciones norteamericanas, en lo que podría considerarse ´cartón lleno´. Bolsonaro enfrenta las elecciones municipales de noviembre próximo sin listas propias, lo que reemplazó mediante la compra de algunas cabezas de listas de formaciones ajenas.
Lo interesante de todos estos resultados, más bien lo fundamental, es que no anuncian un período de consolidación de gobiernos de centro-izquierda: hay que ver a la derrota de la derecha y el cuasi fascismo como episodios o transiciones hacia crisis políticas más agudas y a rebeliones populares. La crisis abierta por la irrupción de la pandemia en todos los aspectos ha acelerado una tendencia que ya tenía cierto tiempo de desarrollo. El derrumbe ha afectado el proceso capitalista, de un lado, y, dramáticamente, las condiciones de las masas, del otro. El mando militar boliviano ha decidido ceder una parte del poder al MAS, luego de haberlo derrocado, para que haga el trabajo de lidiar con la crisis descomunal, que en Argentina viene horadando al gobierno de los Fernández. Los medios atribuyen una victoria electoral sin precedentes al partido Laborista de Nueva Zelanda al manejo positivo de las cuarentenas o ´lockdowns´, precisamente lo contrario de lo que viene ocurriendo con numerosas potencias europeas. El Financial Times advirtió, hace dos semanas, que la extrema derecha se encuentra en retroceso en Europa, y designa el caso de Austria, Italia y Alemania, donde se había convertido en importante factor de poder.
El golpe de estado del año pasado en Bolivia alimentó la expectativa de la derecha en una división del MAS, que se mantuvo hasta hace poco. Es que las mayorías parlamentarias del MAS y la burocracia de la COB colaboraron en forma decisiva con el gobierno designado por los militares. La fórmula presidencial se consiguió sobre la base de un compromiso con el vice electo, David Choquehuanca. Al final se llegó a un acuerdo entre los colaboracionistas, de un lado, y Evo Morales, del otro, que sigue perseguido por el poder judicial. El nuevo gobierno se parece, en cierto modo, al de los Fernández, un frente con los colaboradores del macrismo y con otros sectores anti-kirchneristas, reunidos en forma apresurada para contener lo que el FMI había llamado “un vacío de poder”.
La realidad boliviana, como la de numerosos países por otra parte, difiere de la que encontró Evo Morales en 2005. Todos los signos más de entonces ahora son signos menos – desde la colosal caída de precios de petróleo y el gas e incluso la soja y algunos minerales, hasta el superávit fiscal, ahora convertido en gran déficit. El PBI ha caído estrepitosamente. Luis Arce, el presidente electo, es un hombre fogueado en la defensa del capitalismo – de lo contrario no hubiera sido un funcionario del Banco Central bajo los gobiernos ´neo-liberales´ que precedieron al de Morales. Apodado el autor del ´milagro boliviano´, deberá cumplir con sus obligaciones de clase con viento en contra.
Este tipo de desenlace político habrá de reabrir la polémica acerca de si estas salidas demuestran la capacidad de contención de la crisis y de las masas, por parte de la burguesía, por un lado, o si son transiciones hacia crisis históricas en esta etapa. La curva del desarrollo político internacional apunta en contra de la primera tesis, porque cada ´contención´ es más precaria que la que la precedió, y también más catastrófica. Las respuestas de la izquierda a este proceso contradictorio en Bolivia han sido desiguales. Los que el año pasado se declararon “independientes” frente a la escalada golpista apoyaron el domingo a Arce. La votación cuasi plebiscitaria que recibió Arce, o el año pasado los Fernández, no significa, sin embargo, que representa el canal (no importa si ´deformado´) del movimiento de las masas, como pudo representarlo Perón, en las elecciones de febrero 1946, después del 17 de octubre de 1945. Menos aún en septiembre de 1973 cuando coronó una serie de golpes de estado provinciales y desplazado presidente Cámpora. Es importante esta distinción política para no desnaturalizar la victoria del MAS, la cual no es más, en última instancia claro, que un intento de recomposición del poder político de la clase capitalista.
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