La crisis política internacional ha aflorado en las últimas semanas en distintos escenarios, como El Líbano, el Mediterráneo oriental, Palestina, Bolivia, la OEA, incluso Estados Unidos, donde se discute en forma abierta la impugnación anticipada de Donald Trump a los comicios presidenciales de noviembre próximo. Uno de los focos de mayor incandescencia es, sin embargo, Bielorusia.
La validez de las elecciones presidenciales del domingo pasado ha sido atacada desde todos lados, y dado lugar a manifestaciones callejeras numerosas y a una represión creciente. El gobierno que encabeza desde hace veintiséis años Alexandr Lukashenko había proscripto a los tres candidatos que representaban a la oposición política, que no encontraron otra salida que auto-exiliarse. La esposa de uno de ellos asumió la condición de candidata, a pesar de su distancia de los temas políticos, acompañada por un trío de mujeres. Este reacomodamiento singular suscitó un apoyo creciente en la población, que se expresó en la relativa masividad de los actos de campaña. Fraude mediante, por parte de una clique que domina todos los aparatos mayores y menores del estado, el oficialismo se adjudicó el 80% de los votos – una exageración que busca dejar sentada una confrontación sin salida. La candidata opositora abandonó enseguida el país, alegando amenazas a sus hijos, pero la movilización contra el fraude se acentuó. Haciendo gala de moderación, la oposición reclama ahora una nueva elección, claro que bajo monitoreo internacional. Más allá de numerosas diferencias, se dibuja en Bielorusia el escenario de Ucrania en febrero de 2014, cuando fue derribado el gobierno pro-ruso del momento, el pasaje del país al campo de la Unión Europea y la OTAN, la separación de Ucrania oriental, una guerra civil y la ocupación de la península de Crimea por parte de Rusia. La oposición bielorusa cuenta con el apoyo de los mismos actores occidentales.
A partir del martes pasado irrumpieron, en este contexto, una serie de huelgas obreras de fábricas grandes, que atendieron al llamado de los blogs de la oposición a una huelga general. Reclaman nuevas elecciones y la libertad de los detenidos por la represión política. Pararon las tareas varios talleres de la siderúrgica RIA Novosti y Steel Works, y el Instituto estatal de metalurgia, la planta eléctrica Kozlov, la azucarera Zhabinska, la fábrica de tractores MTZ y la planta de margarina – todos ellos de Minsk, la capital del país. En la ciudad de Brobuisk se unieron a la huelga los trabajadores del neumático (información del sitio marx21.net).
El desarrollo que tienen los acontecimientos indica que lo que ocurre en Bielorusia no es una copia de Ucrania y que la oposición a la dictadura personal de Lukashenko tiene un carácter de masa, incluida la clase obrera que trabaja en las grandes empresas que controla y maneja el estado. En lo que tiene que ver con el régimen político, Bielorusia no está gobernada por una oligarquía que se hubiera apropiado de las empresas del estado, como ocurrió en Rusia bajo el gobierno de Yeltsin, ni resulta de un pacto entre los servicios de seguridad y esa oligarquía, como se ha manifestado, con oscilaciones, bajo Putin. Lukashenko ha impuesto un régimen de poder personal sobre todos los sectores que gozan de una posición dominante. Los tres personajes que vieron frustradas sus candidaturas opositoras por Lukashenko, revistaron durante un cierto tiempo en las filas oficiales. Los observadores de la realidad bielorusa aseguran que el crecimiento de la oposición popular, ya indignada por un nivel de vida en retroceso, obedece a la nula atención prestada por el gobierno a la expansión de la pandemia, tanto en el cuidado personal como del sistema público de salud.
Lukashenko ha intentado, en diversas ocasiones, salir del impasse económico de Bielorusia, mediante un acercamiento a la Unión Europea, para lo cual recurrió a las mediaciones de la República Checa o Lituania, e incluso a Polonia y al régimen ucraniano. El obstáculo que plantea este enfoque es sencillo: el capital internacional reclama el desmantelamiento de la tutela estatal sobre la economía y la sociedad bielorusa. La aproximación ´neo-liberal´, en el caso de Ucrania, ha llevado a un empobrecimiento sin paralelo de los trabajadores y al saqueo de la economía, o sea, sin ofrecer tampoco el establecimiento de un régimen estable de acumulación capitalista.
Claro que el obstáculo mayor es el vecino de Lukashenko, Rusia – que no ha dejado dudas de que un pasaje de Bielorusia a la OTAN equivaldría a una declaración de guerra. Putin ha subsidiado a Bielorusia con el permiso de refinar y exportar el petróleo que Rusia les vende a precios internos. Pero este mecanismo es sólo un parche: Putin ha planteado en forma abierta que Bielorusia debe integrarse a Rusia en forma federal o confederal – con Ucrania, Bielorusia es la más rusa de las naciones que se han separado de Rusia, a partir de 1991. En función de esto, Putin no solamente ha cortado el subsidio petrolero, sino que, tres semanas antes de las elecciones, los servicios bielorusos detuvieron a un comando de mercenarios rusos, que ya han actuado en Ucrania. La excusa de Putin es que se trata de guardias privados para proteger empresas de origen ruso. Lukashenko, por su lado, ha amenazado con cerrar el grifo de los gasoductos que transportan el combustible de Rusia a la Unión Europea.
En este escenario, Trump salió a ofrecer toda la ayuda económica necesaria, en especial el petróleo, para ´desembarazar´ a Bielorusia de Rusia. Putin, Xi Jinping y el cubano Díaz Canel han saludado la ´victoria´ electoral de Lukashenko. La UE se encuentra reunida para intervenir como “mediadora” en la crisis electoral. Angela Merkel encabeza la cruzada, siguiendo el camino histórico del imperialismo alemán frente a Rusia y sus posesiones, antes y después de la Unión Soviética. No se conoce hasta el momento que la UE esté negociando con Putin en las bambalinas. Tampoco se sabe si Putin se encuentra planeando un golpe de estado em Bielorusia, a partir del deterioro extraordinario de las relaciones con el régimen de Lukashenko. Se conforma un escenario explosivo en Europa del este y los Balcanes.
Putin, además, enfrenta dos problemas que no son menores. El primero es una rebelión de las regiones rusas contra la burocracia de Moscú; ya hay un gobernador detenido y manifestaciones opositoras en las calles en territorio asiático. La restauración capitalista ha subido a la superficie la cuestión de la unidad nacional rusa, cuando la solidez del estado ruso para hacer frente a las presiones imperialistas es considerablemente más débil que en la época soviética. El otro problema es el peligro de un choque militar en el Mediterráneo oriental y en el mar Egeo, entre Turquía y Grecia, por los yacimientos de petróleo de ultramar. Es la frontera sur de Rusia. Putin no puede prescindir de Erdogan, por la guerra en Siria, ni de los griegos, en este caso por vínculos históricos diversos. Históricamente, las grandes potencias han intentado sustituir las grandes guerras por guerras menores, hasta que estas últimas detonan las guerras de alcance mundial.
La gran cuestión, llegado a este punto, es que no hay la menor discusión en la clase obrera y en su vanguardia acerca de estas crisis y las amenazas de guerra. No es la primera vez que los reclamos sociales perentorios de los trabajadores operan como una distracción de las cuestiones políticas e internacionales de las grandes crisis, dejando al proletariado como un furgón de cola de los bandos capitalistas que invocan la democracia para disimular sus propósitos. Los trabajadores deben luchar por las reivindicaciones sociales y democráticas, en Bielorusia, en calidad de clase independiente de los bloques capitalistas y burocráticos en conflicto. Sólo con esta política pueden tornar la conquista de libertades en un beneficio para el explotado, y no para el explotador. Las modalidades de las demandas democráticas deben, por cierto, ser discutidas sobre el terreno – desde elecciones a una asamblea constituyente, pero siempre con el propósito de agrupar fuerzas para constituir consejos obreros independientes.
En oposición a la OTAN, por un lado, y de la oligarquía de Rusia, por el otro, es justo plantear una Bielorusia independiente, que sirva a la unión obrera y socialista de todas las repúblicas que formaron la Unión Soviética, sobre la base de la autodeterminación nacional. De nuestra parte llamamos, con este planteo, a una lucha contra la guerra en Europa del este, mediante la movilización de la clase obrera internacional.
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