Derrumbe del peronismo
La parálisis política se conjuga con un mayor retroceso del peronismo, que se manifiesta en la caída de votos de Manzur en Tucumán, donde casi pierde la elección, luego de haber ejercido la jefatura de Gabinete durante dos meses. También en las derrotas en Santa Cruz, La Pampa y por sobre todo Santa Fe, el epicentro de una crisis industrial, acompañada de una crisis policial y una crisis parlamentaria que podría llevar a la cárcel a parte de la cúpula pejotista. Hasta Massa volvió a perder en Tigre. La frutilla del postre la puso Rodríguez Saá, derrotado en su feudo provincial. El peronismo ha sufrido su mayor derrota electoral, sin que ello haya resultado en una conquista de la iniciativa política de lo que se llama ´la oposición´. Lejos de cortar el nudo del impasse, la elección no ha hecho más que acentuarla. Estamos en presencia de “un voto de protesta” contra las dos coaliciones políticas principales, lo que configura un voto de “suma cero”, que atraviesa al conjunto del régimen político en presencia. El gobierno ha perdido la facultad de cambiar el gabinete, como ocurrió después de las Paso, a pesar de un rápido agotamiento político y al que cuestionan, por motivos diferentes y hasta opuestos, todas sus fracciones. El más cuestionado, Martín Guzmán, fue ratificado, en una señal de rotundo inmovilismo. Donde podría haber novedades es en la provincia de Buenos Aires, con la salida segura de Berni y una mayor injerencia de los intendentes del pejota. Queda el interrogante de si Máximo Kirchner podrá asumir, por fin, la presidencia del Justicialismo bonaerense. En este entrevero de contradicciones, Kicillof obtuvo la mayoría en el Senado, como consecuencia de las elecciones que acaba de perder.
La “emboscada” del FMI
La primera definición electoral de Alberto Fernández fue insistir en que el gobierno tiene decidido firmar el acuerdo con el FMI, e incluso presentarlo al Congreso en diciembre – en menos de un mes. La impresión que dejó Fernández es que se trataría de la misma sanata de siempre. La propuesta de presentar un programa del Congreso al FMI ha sido calificada por Juntos, de acuerdo a La Nación, como una “emboscada”. El macrismo ha dicho que no está dispuesto a votar un proyecto para presentar al FMI, sino sólo discutir el acuerdo al que se llegue con el Fondo. En este caso, la aprobación del Presupuesto 2022 estaría en peligro. Si se mantienen estos términos, el impasse es total. De acuerdo a información de La Nación, los equipos económicos de Juntos sostienen que el tipo de cambio atrasa veinte puntos, o sea que sería necesaria una devaluación del 30%, en medio de una inflación de precios del 50 por ciento. Ni qué hablar de los ajustes de tarifas. Sin la venia del Congreso, el FMI ha dicho que rechazaría la posibilidad de cualquier acuerdo con Argentina.
Triple impasse
Este impasse pone a prueba el régimen político y el calendario 2023. La mayor novedad electoral es haber convertido al Congreso en un árbitro político – aunque negativo. El Ejecutivo depende, como nunca antes, del Congreso. El parlamento se convertirá en una caja de resonancia política excepcional, aunque sin capacidad de ofrecer salidas. Esto podría llevar al Ejecutivo a gobernar por decreto, algo que sólo puede hacer en forma transitoria, y de ninguna manera es una herramienta para arreglar con el Fondo. El impasse del Congreso; el del Congreso con el Ejecutivo; y en el Ejecutivo mismo, trasladará el arbitraje político “en la calle”. La “calle”, o sea las masas, no tienen aún una orientación política definida. El voto popular se ha mostrado fragmentado y refractario. La CGT y los movimientos sociales oficialistas han anunciado una manifestación para el miércoles 17, en conmemoración del 49 aniversario del retorno de Perón, pero esto no significa en absoluto que se dispongan a movilizar a los trabajadores para terciar en la salida a una crisis política, sino todo lo contrario.
El impasse político, en mayor o menor medida, está condicionado a un proceso económico que está favorecido por el alto nivel de exportaciones e incluso por el superávit del comercio exterior. Pero lejos de atenuar la crisis política, la acentúa, porque pone urgencia a la necesidad de resolver el problema de la inflación y el arreglo de la deuda externa, que se erigen como trabas a ese desarrollo. El ´ajuste´ que esto trae aparejado tiene, sin embargo, un carácter explosivo. De un lado, por el nivel de pobreza y miseria social existente y, por el otro, por la magnitud de la deuda pública. La crisis de inflación y cadenas de producción, a nivel internacional, tampoco aseguran que un ´ajuste´ reconstruya el financiamiento del exterior. La economía y la político se encuentran entrelazadas en su propio impasse.
La característica más saliente de todo el proceso electoral y ahora del día siguiente es la ausencia de un planteamiento político frente a la crisis, por parte de las distintas fuerzas en presencia. Esta carencia no obedece a la inveterada costumbre de los partidos electorales de esconder sus objetivos de fondo, sino al estado de confusión política general reinante. Es otro elemento fuerte que caracteriza el impasse político. Los partidos en presencia, difícilmente puedan atravesar esta etapa sin escisiones y rupturas.
Derecha – Izquierda
En este marco de conjunto, han crecido, en los márgenes, dos tendencias políticas – de un lado, los Espert y los Milei, del otro, el FIT-U. El carácter fascista o fascistizante de los primeros es un fenómeno de movilización electoral, no de masas. No existe en Argentina una polarización política. Es cierto que se trata de un movimiento impulsado por el ´trumpismo´, pero incluso Bolsonaro ha tenido que acomodarse a un enfrentamiento burocrático o ´institucional´ con la oposición, para las elecciones de octubre 2022. Lo mismo que hace Lula, que procura una alianza con la derecha ´liberal´.
El FIT-U, por su lado, ha tenido, por primera vez, desde 2013, un crecimiento electoral (de 1,2 millones a 1,33 millones), pero, por sobre todo una conquista de posiciones parlamentarias – lo más destacado es en los municipios del Gran Buenos Aires. El FIT ya ha tenido, en 2013, en Mendoza y en Salta, votaciones como las que registró el domingo en Jujuy. La trayectoria parlamentaria, en estos ocho años, ha sido anodina – para no entrar en detalles. Clarín se interroga acerca de si pudiera “consolidarse” lo que hoy sería, dice, “un voto protesta”. O sea, si un voto de principios, socialista. Ni el programa ni la propaganda del FIT-U tienen ese carácter o propósito. Lo decisivo es cómo enfrentará el impasse sistémico que se ha creado, que desafía a todas y cada una de lo que llama sus ´propuestas´. Ha evadido un planteo de poder frente a la crisis, como lo ha hecho el resto de los partidos. Ha excluido la posibilidad de impulsar un Congreso Obrero, que reúna a luchadores, delegados y activistas, más allá de su círculo reducido de adherentes. Este es, sin embargo, un asunto decisivo si, como prevemos, el Congreso de la Nación y las legislaturas adquieren, debido al impasse político, una estatura de tribuna política nacional, aunque sea episódicamente.
Pandemia
Es común escuchar decir que todos los gobiernos han perdido las elecciones ´después´ (sic) de la pandemia, en algunos casos como consuelo, en otros como pretendida ´conclusión política´. La pandemia es, sin embargo, una protagonista fundamental en todo este impasse, pues puso al desnudo una incompatibilidad de principios entre el capital, de un lado, y la vida del otro. Por eso la pandemia se ha convertido en una crisis humanitaria, que ha dejado, según The Economist, 19 millones de muertos. Esta realidad se ha cruzado en los procesos electorales y ha fragmentado a todas las fuerzas capitalistas en presencia.
Este impasse sistémico afecta decisivamente al principal aparato de dominación política en Argentina – el peronismo. La clase obrera hace frente a una gran etapa de transición política, que debe servir para desarrollar a fondo la conciencia política de clase de los trabajadores.
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