Tras semanas de protestas masivas y bajo una creciente presión del Ejército del país para poner fin a su mandato de veinte años, el presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika, ha renunciado a su cargo.
El ahora depuesto presidente había ofrecido retirarse el 28 de abril, antes del final de su cuarto mandato, renunciar a su reelección y designar, entretanto, un gobierno interino. Además, prometió proceder a cambios en el régimen político, modificando la Constitución. El anuncio fue realizado luego de que fracasara esta maniobra dilatoria.
La suerte de Bouteflika quedó echada cuando las Fuerzas Armadas rechazaron la movida presidencial. Quien fuera uno de los hombres más cercanos a Bouteflika, el jefe del Ejército, Ahmed Gaïd Salah, amenazó incluso con la posibilidad de un juicio político.
El presidente argelino había sido uno de los sobrevivientes de la Primavera Arabe. Bouteflika, un héroe histórico de la guerra de la independencia, se fue alineando fuertemente con Occidente. Argelia pasó a ser un aliado estratégico de la Unión Europea, del cual se transformó en su tercer proveedor de petróleo. El régimen argelino estrechó en especial sus vínculos con Francia, de la cual fue colonia, al punto de prestarle apoyo logístico y de inteligencia en Mali. Y es considerado un baluarte en el control y persecución de la migración ilegal, así como de la lucha contra las fuerzas islamistas. Bouteflika llegó a la presidencia tras la guerra civil con las fuerzas islamistas que dejó más de cien mil muertos (1992-1999).
Una de sus principales bases de apoyo en estas dos décadas residió en la poderosa asociación de empresarios, el Foro de Emprendedores (FCE), que se formó en el año 2000, al final de la guerra civil entre el régimen y los fundamentalistas islámicos. Los capitalistas de la FCE están estratégicamente asociados a la burguesía francesa.
El régimen había logrado escapar a la marea que sacudió Medio Oriente y el norte de Africa en 2011/12, pero terminó siendo arrastrado por el torbellino de la crisis mundial. La bancarrota capitalista fue haciendo su trabajo de topo, que se aceleró estos últimos años con la caída de los precios del petróleo y obligó al gobierno a restringir severamente las importaciones -inclusive de productos básicos y alimenticios- para enfrentar el déficit comercial.
Los contrastes sociales se fueron haciendo cada vez más marcados: mientras una capa privilegiada, ligada al poder, se enriquecía gracias al negocio del petróleo, el poder adquisitivo de los trabajadores se iba pulverizando, con un tercio de la fuerza laboral viviendo con salarios de 1,25 dólares diarios. El desempleo se fue agravando, en especial entre los jóvenes, donde uno de cada tres está desocupado.
Las penurias y el sentimiento de desesperación se han ido apoderando de la población, lo cual ha provocado la huida masiva y oleadas de migrantes que cruzan el Mediterráneo con rumbo a Europa desde la ciudad portuaria de Orán.
Todo indica que la renuncia no será suficiente para calmar a los manifestantes, cuyas demandas han crecido y ahora abarcan la eliminación de toda la élite dirigente.
Las divisiones y el desconcierto en los círculos del poder se han ido intensificando durante las semanas de protesta y no estaba claro a quién podría nombrar el partido gobernante, Frente de Liberación Nacional (FLN), para reemplazar a Bouteflika o cuándo tendrían lugar nuevas elecciones. En las calles, los manifestantes han rechazado uno tras otro los anuncios de Bouteflika y ahora están exigiendo la eliminación de “le pouvoir” (el poder), una élite gobernante que se compone de oficiales militares, líderes del FLN y empresarios importantes.
Millones de personas venían de ganar las calles de las principales ciudades de Argelia, el 29 de marzo pasado, en el sexto viernes de protestas, exigiendo la caída del régimen. Las pancartas en las protestas decían “Descansa en paz, Gaïd Salah, deja el poder por el amor de Dios”, “Gaïd Salah, la gente quiere democracia, no un régimen militar” y “Vergüenza en ti, Gaïd Salah”. Otro eslogan popular era exigir la aplicación del artículo 7 de la Constitución, que estipula que el poder debe emanar de los ciudadanos.
Más de un millón marcharon en Argel, y miles o decenas de miles en otras importantes ciudades argelinas. En Orán, los manifestantes corearon “la transición debe ser dirigida por el pueblo soberano y no por el régimen”. En la capital argelina, los manifestantes se enfrentaron con la policía, que disparó gases lacrimógenos y utilizó camiones hidrantes para bloquear las principales avenidas y evitar que llegaran al palacio presidencial.
Recambio
En medio de la efervescencia popular, los círculos dirigentes están discutiendo, contrarreloj, una transición. Las salidas en danza van desde la convocatoria a elecciones generales y la formación en su intervalo de un gobierno de transición, hasta una Asamblea Constituyente. Las variantes en discusión apuntan a un relevo los más “ordenando” posible, preservando las estructuras del régimen y evitando que la situación se desborde. La cúpula del Ejército que ha asumido el comando del país fue aliada histórica de Bouteflika, y despierta el recelo de la población soliviantada. Tampoco la oposición goza de un reconocimiento ni una adhesión popular relevante, tanto aquella de cuño neoliberal como la islamista. “La calle ha mantenido al margen a los islamistas, sospechosos de connivencia con el régimen” (El País, 15/3). Tras la guerra, Bouteflika se dio una política de cooptación y fragmentación de ese espacio político.
La balanza parecería inclinarse, hasta ahora, a una salida articulada por las Fuerzas Armadas a partir del propio partido gobernante -el FLN- y su estructura de poder. Esto tendría la bendición del imperialismo francés. A este operativo se ha sumado la central obrera oficialista, la UGTA, que se mantuvo al margen y hostil a las protestas.
La dirigencia sindical ha declarado su respaldo a Salah y al ejército de Argelia: “La UGTA saluda y toma nota de la llamada hecha por el Sr. Ahmed Gaïd Salah (…) El cambio se ha hecho necesario, se debe construir a través del diálogo marcado por sabiduría que permite que surja la edificación de una nueva República” (ídem, 30/3).
Sin embargo, desafiando este bloqueo, ha empezado a abrirse paso la intervención de la clase obrera. Los trabajadores portuarios están protagonizando una huelga en Orán y Béjaïa; han habido huelgas y sentadas en protesta de los trabajadores de las filiales del monopolio del gas natural de Sonatrach, así como de los maestros y los trabajadores del sector público. Esto ha estado unido a manifestaciones de repudio a la burocracia sindical. En Tlemcen, los manifestantes corearon “Saïd, afuera, afuera”, refiriéndose a Abdelmajid Sidi Saïd, el líder de la central corrupta vinculada con el FLN. Las medidas de fuerza, por otra parte, han despertado la adhesión de capas medias de profesionales y comerciantes en las ciudades argelinas que han cerrado sus negocios.
Perspectivas
A medida que pasan los días el movimiento de protesta se va radicalizando. Las demandas han avanzado para incluir no sólo la retirada de Bouteflika, sino también la del gobierno, así como la disolución de ambas cámaras del Parlamento. El llamado a elecciones, en el marco de la actual estructura de poder, despierta naturalmente la desconfianza popular, colocando en el tapete la cuestión del régimen político. No hay que descartar que en este escenario explosivo, la elite dirigente convoque a una Constituyente maniatada, dirigida a oficiar de válvula de escape y a la reconstrucción del Estado, herido seriamente por la insurgencia popular.
En Argelia, el levantamiento popular está en camino a una revolución. La situación pone en el orden del día la cuestión del poder. En este cuadro, la consigna de Asamblea Constituyente libre, soberana y con poder cobra especial relevancia en oposición a las salidas capitalistas en danza, a las maniobras dilatorias y continuistas de ‘recambio ordenado’, incluido el llamado a una Constituyente digitada desde el Estado. La batalla por una Constituyente soberana con poder está asociada a la imposición de un programa que apunte al desmantelamiento total del régimen montado por Bouteflika, la satisfacción del conjunto de las demandas sociales y a una transformación integral del país sobre nuevas bases sociales. Esta perspectiva va totalmente de la mano con el desarrollo de la irrupción popular, y en especial de la clase obrera, que debe pugnar por conquistar un papel protagónico. En este camino, es necesario alentar todas las formas de deliberación popular, impulsar asambleas en las localidades y en los lugares de trabajo y estudio, junto al llamado a la acción directa y al desarrollo de las tendencias a la huelga general.
Los acontecimientos de Argelia, muy probablemente, tengan un efecto rebote. Por lo pronto, empalma con la rebelión en Sudán y protestas masivas de los docentes en Marruecos. Y estuvieron precedidos por levantamientos en Irán, Jordania e incluso Túnez.
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