El grupo yihadista sunita Estado Islámico (EI) avanza sobre el noreste sirio y el este iraquí a fuerza de matanzas y expulsiones de otras minorías confesionales. Domina ciudades clave como Fallujah y Mosul, en Irak, y varios yacimientos petrolíferos, refinerías y centrales eléctricas en ambos países. Ha decretado, en julio, la fundación de un nuevo califato, rompiendo las fronteras delimitadas por el imperialismo anglo-francés hace casi un siglo.
Turquía, Estados Unidos, el sionismo y las monarquías del Golfo han armado y estimulado el desarrollo de estos grupos islamistas con el propósito de derrocar al dictador sirio Al Assad. Ahora parecen echarse para atrás, el dictador sirio sería un “mal menor” ante la amenaza del EI. En Irak, las tentativas de formar un gobierno capaz de tomar la guerra contra el EI, siguen fracasando.
Kurdistán
La región semiautónoma kurda solicita -y ha recibido- armas y apoyo de Estados Unidos. Las guerrillas del PKK, presentes en Turquía, Irak y Siria, ya combaten contra el EI en ambos territorios. Esta situación la ha creado problemas enormes a Turquía, que impulsaba la guerra contra el sirio Al Assad y ahora se ve enfrentada a la necesidad de convertirlo en aliado, y también a un crecimiento del nacionalismo kurdo que compromete la unidad territorial de Turquía, cuya población kurda es el 23% del total. Sería un giro histórico notable que Turquía previera ‘tercerizar’ su acceso al petróleo de Irak por medio de los kurdos iraquíes, incluso cuando éstos se unan a los de Siria y Turquía. Exxon, Chevron y la Total francesa explotan los pozos petroleros del Kurdistan iraquí, mientras Turquía e Israel participan del negocio de transportar el crudo a los puertos del Mediterráneo. La terminal portuaria de Turquía se convertiría en el punto de partida de un oleoducto ya construido, que rivaliza con los rusos que atraviesan Ucrania y el norte de Europa.
El sionismo financia y arma a una parte del nacionalismo kurdo, en su empeño por debilitar a los estados árabes con población kurda. Ahora, sin embargo, enfrenta el giro de Estados Unidos que, para enfrentar al EI, se junta con los ayatollahs de Irán y el sirio Al Assad. La agenda del sionismo en el Medio Oriente se ha dado vuelta como un pañuelo. Israel explota esta crisis para acabar con el régimen de Hamas, en Gaza, sin importar la masacre que provoque, y pone este objetivo para acompañar a Obama en su obligado viraje político-militar. El jefe de las fuerzas armadas de Estados Unidos ya ha advertido que una lucha contra el EI comportaría el regreso de las tropas norteamericanas sobre el terreno. Es claro que el derrumbe de los regímenes bonapartistas de Al Assad, Saddam Hussein, Gadaffi y Mubarak ha abierto las puertas de la desintegración del Medio Oriente y es la prueba de la inviabilidad de las perspectivas de unidad del nacionacionalismo árabe. La cuestión de los Federación Socialista de Estados del Medio Oriente, alejadísima del día a día de los enfrentamientos, es la única perspectiva estratégica que mantiene su viabilidad histórica.
Israel, Irán y Arabia Saudita
El Estado sionista no ve con malos ojos el desmembramiento de Irak y Siria, pero no la instalación de un califato en su lugar. El sionismo va a añorar la coexistencia semi-pacífica que armó con Egipto, Siria e Irak durante medio siglo.
Irán, en tanto, tiene tropas en el sureste iraquí, donde reside la masa de población chiíta, desde el comienzo de la avanzada yihadista. Perder a su gran aliado árabe llevaría a Teherán a la guerra, salvo que se conforme con retener Basora, la región petrolera por excelencia del país (más del 60% de la producción), puerto de salida al Golfo Pérsico.
Arabia Saudita ha sido la gran fogonera de grupos sunnitas como Al Qaeda y el EI, para minar la posición de Irán -su rival petrolero. En estas condiciones, no va a admitir un aniquilamiento del EI en cualquier circunstancia, sino en función del nuevo cuadro estatal que se pacte para después de la guerra. La dificultad estratégica de las potencias que combaten al EI, es la falta de acuerdo político entre ellos acerca de un nuevo reparto del Medio Oriente.
No va más
De esto se trata, precisamente. Menos de un siglo después de la disolución del Imperio Otomano, sesenta años más tarde de la partición de Palestina, cuarenta de la revolución iraní y de la guerra Irak-Irán, la configuración política artificial del Medio Oriente se derrumba. Los Estados llamados a tutelar una salida para la región han visto crecer sus contradicciones insalvables con la emergencia de las revoluciones recientes, que se extendieron desde el norte de Africa. Nos referimos a Turquía, Irán, Egipto y Arabia Saudita, separados por antagonismos cada vez mayores.
Las revoluciones y guerras en Medio Oriente hacen un trabajo de zapa de la hegemonía imperialista, en especial porque agudizan la crisis capitalista mundial. Ellas han puesto de manifiesto, asimismo, la gran contradicción de las masas y sus movimientos políticos, tironeados entre el liberalismo vacío aliado al imperialismo, de un lado, y el islamismo reaccionario, del otro, vinculado con el imperialismo también en forma directa e indirecta. Esta dicotomía hizo estragos en la revolución egipcia de 2011. Solamente poderosas revoluciones sociales en los principales Estados que se disputan el nuevo reparto de la región, puede poner fin a la ola de masacres que desangra al Medio Oriente y realizar la autodeterminación de Palestina.
Es necesario que los revolucionarios socialistas de Medio Oriente clarifiquen las cuestiones nacionales que están en juego en las crisis y guerras actuales. La intervención imperialista y la nueva escalada militar que la Casa Blanca ha puesto en marcha, están al servicio de una reconfiguración política de la región, llamada a reforzar la opresión nacional, la división, rivalidades y enfrentamientos sectarios y atomizar la lucha de los explotados. Más que nunca es necesaria la unidad socialista, en el marco de una Federación de Estados Socialistas de Medio Oriente, que incluya a una República de Palestina en sus territorios históricos y la unidad socialista del Kurdistán histórico.
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