por Rafael Fernández
Galeano escribía en prosa, pero utilizaba un estilo muy poético, a pesar de tratar temas fundamentalmente políticos. Fue creador de un estilo muy personal. No existen otros escritores uruguayos que hayan cultivado ese recurso a los relatos, breves y emotivos, que se entrelazan como un todo en cada uno de sus libros.
Además de escritor, fue periodista y jefe de redacción en algunas de los mejores periódicos y revistas del Río de la Plata (Marcha, El Sol, Época, Crítica). Formó parte de una generación de intelectuales excepcionales, de gran cultura y compromiso con las luchas populares. Sin embargo, Galeano carecía de ‘méritos académicos’: “Yo no tuve educación formal. Seis años de primaria y uno de liceo. Todo lo que sé lo aprendí en los cafés que ya no están, escuchando a los narradores anónimos, que me enseñaron a contar lo que ocurrió de tal manera que vuelva a ocurrir” (La Nación, 20/9/08). No cabe duda que aprendió, hasta convertirse en un maestro, a volver a dar vida a los hechos que narraba en sus relatos. Tomando partido en cada una de sus líneas como si los hechos fueran contemporáneos y estuvieran sucediendo ante nuestros ojos.
En sus escritos predomina el amor a los humillados de la tierra, y la simpatía con todas las revoluciones y revolucionarios. Se encuentran auténticas perlas entre sus escritos, donde brilla la admiración por aquellos que emprendieron la lucha contra la explotación capitalista. La simpatía es palpable cuando se refiere a los obreros anarquistas, a la gran revolucionaria Rosa Luxemburgo, o al líder de la revolución rusa León Trotsky. La condena a la burocracia y al estalinismo es explícita en sus escritos.
Las venas abiertas
Su obra más célebre –y celebrada– se titula “Las venas abiertas de América Latina” un texto que denuncia la expoliación de los recursos del continente y la explotación de sus pueblos (comenzando por los pobladores originarios) por parte del capital financiero internacional. En ella, Galeano condena a la burguesía latinoamericana, a la que caracteriza como incapaz de enfrentar al imperialismo y de encabezar una lucha por la liberación nacional. Su concepción se emparenta con el pensamiento de Vivián Trías (y otros) que, partiendo de la misma premisa, llegaban sin embargo a concebir la posibilidad de una ‘revolución nacional’ –no encabezada por la clase obrera– que sería por su propia naturaleza ‘proto-socialista’. En la concepción de los partidos «comunistas» (estalinistas) la burguesía nacional era una clase progresiva por lo que la clase obrera debía aliarse a ella (frentes populares o democráticos), y se planteaba una ‘revolución por etapas’ (con una primera etapa democrática, antiimperialista y agraria en la cual la clase obrera debía resignar sus reivindicaciones socialistas). Para Trías, la burguesía no era revolucionaria, y por ello todo proceso nacionalista era por definición no-burgués, sino popular, y por ello potencialmente socialista. Es decir, los regímenes nacionalistas surgidos de procesos de masas que habían chocado con el imperialismo, podrían pasar a cumplir tareas socialistas sin necesidad de una revolución proletaria. Trías había manifestado así simpatías por Perón (Argentina), Vargas (Brasil), el MNR boliviano, y el Perú de Velasco, a los cuales aconsejaba avanzar hacia el socialismo bajo riesgo de caer en manos de la reacción. Lamentablemente para Trías, la propia naturaleza de esos regímenes nacionalistas de carácter burgués o pequeñoburgués, hacía inviable ese proceso revolucionario ‘ininterrumpido’. Sólo la clase obrera puede encabezar la liquidación del capital, e incluso llevar al triunfo la lucha por la emancipación nacional, como lo ha demostrado toda la experiencia de América Latina.
En los escritos de Galeano se descubren sin embargo muchas críticas a los gobiernos nacionalistas. Afirma, por ejemplo que “El general Velasco Alvarado, nacido en casa humilde en las secas tierras del norte del Perú, había encabezado un proceso de reformas sociales y económicas. Fue la tentativa de cambio de mayor alcance y profundidad en la historia contemporánea de su país. A partir del levantamiento de 1968, el gobierno militar impulsó una reforma agraria de verdad y abrió cauce a la recuperación de los recursos naturales usurpados por el capital extranjero. Pero cuando Velasco Alvarado murió se habían celebrado, tiempo antes, los funerales de la revolución. El proceso creador tuvo vida fugaz; terminó ahogado por el chantaje de los prestamistas y los mercaderes y por la fragilidad implícita en todo proyecto paternalista y sin base popular organizada”. La crítica es incompleta, porque los gobiernos nacionalistas en realidad «organizan» a su «base popular», es decir, la regimentan y la controlan, porque deben mantener a raya a la clase obrera, evitando que se convierta en dirección de los explotados con su programa socialista. El «paternalismo» del bonapartismo latinoamericano no es un rasgo accidental, sino esencial. Responde a la necesidad de encuadrar a los explotados detrás del caudillo nacionalista, y combatir cualquier desafío a su hegemonía de parte del movimiento obrero.
Precisamente, en este punto es donde más débil es el pensamiento de Galeano: no plantea la dirección obrera del movimiento de masas y de la revolución, ni la necesidad de conquistar un gobierno de trabajadores. A partir de esta visión, adoptará casi siempre una postura de «apoyo crítico» a los distintos gobiernos denominados «progresistas», aunque denunciando sus capitulaciones ante el capital financiero, su sometimiento al ‘modelo extractivista’ y depredador del medio ambiente, su abandono de las más básicas tradiciones de la izquierda.
En Galeano los pobres y los humillados de nuestro continente –y de todo el planeta– tienen a uno de sus mejores cronistas y defensores. Sus páginas emocionan en todo el mundo a los que aspiran por cambiar de raíz la sociedad, y terminar con un régimen donde la inmensa mayoría es explotada para beneficio de una minúscula minoría de parásitos.
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