Venezuela: un primer balance de las elecciones

A medida que se acercaba la fecha de las elecciones, hasta el propio oficialismo vaticinaba un revés electoral. Pero lo impactante ahora es la dimensión que alcanzó esa derrota: de 167 cargos en disputa, la oposición ganó 99 y el chavismo 46.

Quedan 22 escaños por ser distribuidos. Pero aún en la peor variante, la oposición, con 101 bancas, se asegura una mayoría calificada de tres quintos, una cantidad que le otorgaría un gran campo de acción y facultades para legislar. El asunto puede ir más lejos, pues con 12 escaños más la oposición reuniría los dos tercios de la Asamblea Nacional, lo que le otorgaría poderes especiales para proceder hasta la remoción del presidente.

El gobierno apeló hasta último momento a movilizar a la base popular tradicional del chavismo. Para ello, extendió el horario de votación, como ocurriera ya en otras elecciones. Esta vez ese recurso no funcionó: según algunos comentaristas, se constató una merma sensible de asistencia en los bastiones históricos del chavismo, lo que contrastó con una afluencia masiva en las filas opositoras.

Fracaso

Maduro caracterizó al resultado de la elección como un triunfo de la “guerra económica” de las patronales, omitiendo que el gobierno facilitó las premisas objetivas para esa guerra. Nos referimos a la desorganización económica consentida y promovida por el propio gobierno, y que también enriqueció a su camarilla empresarial (“boliburguesía”).

Ese proceso ha conducido a un desangre del Estado, al desabastecimiento y al crecimiento de las importaciones, que se financian con una emisión de deuda pública que rápidamente fue convertida en deuda externa. El sistema cambiario ha sido una fuente de acumulación financiera descomunal, alentada por el Estado. Las autorizaciones a importar, a 6,50 bolívares, son desviadas al mercado negro, que cotiza hoy a 1.000 bolívares. El chavismo ha pagado precios de oro por las nacionalizaciones, que hoy vegetan como consecuencia del saqueo que les ha impuesto la burocracia estatal. Esto ha desembocado en una crisis económica y social insostenible: 217% de inflación, que hace estragos en los salarios y el bolsillo popular, recesión económica y escasez de productos esenciales. Ha bastado la caída del precio del petróleo para que “el socialismo del siglo XXI” perdiera su base rentista de sustentación.

El escenario que se abre

La derrota aplastante del gobierno bolivariano es un golpe severo a uno de los proyectos que el oficialismo tenía en las gateras: gobernar por decreto, ninguneando a la Asamblea Nacional. En el intervalo que media hasta la asunción de los nuevos representantes del parlamento, el oficialismo consideraba la posibilidad de otorgarle al presidente facultades legislativas y mayores poderes al Tribunal Constitucional (el equivalente a la Corte Suprema), lo cual la facultaría para filtrar las medidas provenientes del nuevo cuerpo legislativo. Pero con el actual resultado, la mayoría calificada (y con más razón los dos tercios) en manos de la oposición habilitaría al parlamento a remover a los miembros del Tribunal Constitucional y derogar los superpoderes, llevando a un punto muerto la maniobra oficial.

En los días previos a los comicios, Maduro amenazó con desconocer los resultados, lo cual hubiera implicado un virtual golpe de Estado. Pero el resultado abrumador derrumbó la amenaza. La línea que prevalece en las filas oficiales, y fogoneada a nivel internacional, es la búsqueda de un compromiso con la derecha. La mediación cubana- norteamericana, en el marco del deshielo que están protagonizado ambos países, del mismo que la del Vaticano y los gobiernos latinoamericanos -empezando por Brasil- apunta a un compromiso en busca de una transición ordenada. Esta pretensión, sin embargo, choca con las condiciones derivadas de la bancarrota capitalista y la profunda descomposición económica y social que soporta el país.

La crisis mundial ha terminado de delatar las limitaciones insalvables del nacionalismo burgués continental, en la expresión más emblemática que tuvo en las últimas dos décadas. Al mismo tiempo, esa misma crisis anticipa los límites de una salida de derecha o de ajuste, que no es viable en el actual contexto internacional sin provocar nuevos caracazos y levantamientos populares. Entramos en una nueva etapa política que estará atravesada por sucesivas crisis, donde el Ejército se ha convertido en el árbitro potencial de cualquier salida.

En esta coyuntura de crisis extrema, sería criminal el seguidismo al chavismo, que recurre a la escalada de la derecha para que la clase obrera siga soldada al carro bolivariano. Para que los trabajadores puedan derrotar a la derecha y la amenaza de copamiento del aparato del Estado por parte de ésta, lo que hoy está en la agenda es la conquista de su independencia política. Los voceros del chavismo en nuestro país y en el continente presentan al resultado electoral como la consecuencia de una desfavorable correlación “objetiva” de fuerzas. Por esa vía, procuran eximir la responsabilidad principal que le cabe al propio gobierno bolivariano.

El desenlace de las elecciones venezolanas pone al rojo vivo la necesidad de una alternativa obrera y socialista -o sea, la convocatoria a construir un partido obrero independiente en Venezuela.

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Economista, docente en las carreras de Historia y Sociología de la Universidad de Buenos Aires y dirigente del Partido Obrero (Argentina).

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Author: Pablo Heller

Economista, docente en las carreras de Historia y Sociología de la Universidad de Buenos Aires y dirigente del Partido Obrero (Argentina).